Acudiendo a las frases hechas, se ha dicho que el cierre del diario Hoy era el desenlace de una muerte anunciada. Sí, era algo que estaba previsto y debía producirse más temprano que tarde porque alrededor rondaban dos amenazas muy serias. Por un lado, venía soportando el peso de los organismos inquisitoriales creados al amparo de la ley de control y restricción de la comunicación. Por otro lado, según la información que ha trascendido, venía arrastrando una situación económica difícil que se hizo insostenible en los últimos meses. Lo que no ha sido suficientemente tratado es la estrecha vinculación que existe entre ambas amenazas y la manera en que conducen en conjunto al mismo objetivo.

En efecto, cuando la ley ha cumplido un año de vigencia ya se cuenta con suficientes elementos para comprobar sus nefastos efectos sobre la libertad de expresión y de manera particular sobre los medios. No se trata de la censura burda, que demostró su ineficacia cuando el aprendiz de Torquemada intentó aplicarla para controlar las caricaturas no contrastadas y no verificadas. Más sutil y más eficiente es el miedo, un miedo que debe traducirse en silencio. La ley puede permanecer ahí, como letra muerta, sin necesidad de aplicación efectiva y los organismos inquisitoriales pueden asegurar el buen vivir de sus integrantes sin que tengan que molestarse en poner una sanción tras otra. Es suficiente con haber sembrado el temor de que eso puede ocurrir.

Mientras tanto, en el plano del mercado se juega con la odiada pero beneficiosa condición cuasi monopólica que ostenta el gobierno en términos de publicidad. De la decisión que se tome en este campo, vale decir, del destino que tenga la publicidad gubernamental dependerá la vida o la muerte de muchos periódicos y radiodifusoras (en menor medida los canales de televisión). Si a esto se añade la presión sobre los empresarios privados para que no canalicen su publicidad a los que están incluidos en el índex oficial, el círculo se vuelve de hierro y resulta prácticamente imposible romperlo. Y, como si todo eso fuera poco, entran a jugar las restricciones que establece la ley para la inversión en medios de comunicación. Por esta causa, la capitalización en situaciones como las que atravesó Hoy solamente podría lograrse por la concurrencia de cientos de pequeños aportantes.

Pero, en relación con este último aspecto, llama la atención la escasa o nula responsabilidad de la ciudadanía y de manera particular de los empresarios ante una situación tan grave para las libertades como es esta. Hoy, un diario de opinión que marcó un hito por el nivel de sus columnistas, por su condición de espacio de debate y análisis, ha desaparecido ante la mirada indiferente de quienes pudieron haber acudido en su auxilio. En muchos países del mundo habrían existido varias iniciativas para evitarlo. Aquí, por el contrario, hay empresarios que piden a los medios eliminar de su línea editorial cualquier crítica al Gobierno como condición para colocar publicidad privada. Las amenazas hacen su efecto. El temor ya es de todos.