Profesional ecuatoriano de buen nivel, jugaría en algún club local grande y ganaría en un mes lo que gana un médico especialista joven en un año de trabajo. Hubiera integrado la Tricolor, y por clasificar al reciente Mundial la FEF me hubieran pagado lo que gana una empleada doméstica en 25 años de trabajo. Si tuviera la calidad de nuestros mejores seleccionados, jugaría en un equipo importante de la liga inglesa y ganaría en un año más o menos lo que realmente ganaré durante toda mi vida como médico psiquiatra y docente universitario. Por un puñado de dólares más o uno menos, esas son las proporciones.

Cierto que la carrera de un futbolista es breve y quizás eso justifica los elevados salarios. Si hubiera sido futbolista, a mi edad ya estaría retirado desde hace décadas del deporte profesional activo; sin embargo, invirtiendo con inteligencia lo ganado hoy sería dueño de una hostería, una megatienda deportiva y/ o una inmobiliaria. Si hubiera querido seguir ligado al fútbol, hubiera seguido el curso para entrenador en Argentina, para dirigir algún equipo ecuatoriano de segunda categoría. Porque un entrenador nacional no puede aspirar a un equipo de primer nivel y mucho menos a la Tricolor, como no sea provisionalmente hasta que la FEF traiga al siguiente colombiano.

Como futbolista, estuviera sujeto a viajes, presiones y extenuantes entrenamientos, que no me pesarían tanto porque disfrutaría lo que hago. Un problema serían las lesiones, que pueden ser graves y acortarían mi carrera, pero aprendería a cuidarme las piernas. Mientras fuera famoso, me manejaría políticamente con “el profe”, los dirigentes del club y los de la federación nacional sin pensar ni cuestionar nada, y me haría el loco frente a sus maniobras de reelección infinita. Gozaría de la popularidad cuando el equipo gane, y cuando pierda delegaría en mis amigos periodistas deportivos y sus convincentes corbatas la tarea de justificarme aduciendo que “no llegué en mi mejor nivel”: sofisticada explicación técnica que solamente los entendidos entienden. En síntesis, aprendería rápido que nada de aquello es de vida o muerte porque solo hay un poste (horizontal o vertical) de separación entre la adoración y el odio de la bipolar fanaticada.

Pero entre nuestros futbolistas también hay ricos y pobres, igual que en toda nuestra sociedad incluyendo la burocracia estatal. Si estuviera en un equipo pequeño, apenas ganaría el triple que un médico R1, además no cobraría durante seis meses hasta que el mecenas del club consiga plata para pagarme una quincena mientras mi esposa me mantiene. Igualmente, si despilfarrara mi dinero, terminaría alcohólico, cirrótico, quebrado, con seis hijos, tres divorcios, y muerto a los 45 años de edad; probablemente la FEF le pondría mi nombre a una cancha de entrenamiento, como si eso importara. Pensándolo bien, agradezco a mis padres por obligarme a continuar Medicina cuando quise dejarla en segundo año estresado por las clases de Anatomía con el inmortal doctor Carlos Veloz. Desde entonces, solo soy un entusiasta deportista aficionado que se divierte. Así no decepciono a millones de creyentes que solamente hacen nación mientras dura la victoria. Me limito a confrontar cada día mi ignorancia y resolver las consecuencias de mis errores clínicos.