Entre insultos, descalificaciones, amenazas, microbicidios y promesas de pateaduras, el excelentísimo señor presidente de la República tiene razón en algunas de las cosas que dice. En una sabatina, por ejemplo, enfiló sus mandoblazos contra las fiestas cívicas en que los muchachos (y las muchachas) desfilan entonando músicas marciales, vestidos con unos uniformes extraños y, además, carísimos. En esa misma ocasión se mostró contrario a la elección de reinas de belleza, aberración que atenta contra la dignidad de la mujer.

También el excelentísimo señor presidente de la República lleva razón al quejarse de la manera en que nuestra arquitectura se destroza mediante esas construcciones hechas con bloques y que rematan en unas varillas que sobresalen del techo. ¿Dónde están los municipios que no controlan esos adefesios?, reclamaba.

Porque, claro, parecería que en algunos asuntos el país es tierra de nadie. Si no, que lo digan esos fantasmas que, armados con un tarro de spray, van dejando sus huellas, sus garabatos indescifrables en cualquier fachada, en cualquier cerramiento, en cualquier monumento, lo cual da a las urbes un aspecto de abandono y suciedad inenarrables.

Las palabras del excelentísimo señor presidente de la República a veces llegan cargadas de lógica incontrastable. Por ejemplo, con regularidad se pregunta ¿cuántos hospitales, cuántos aparatos de tomografía, cuántos colegios del milenio se podrían haber construido con los fondos que, durante la partidocracia, se despilfarraron en tal o cual cosa?

Y entonces, con esa misma lógica, los súbditos del excelentísimo señor presidente de la República, aunque sin su verbo incandescente, sus micrófonos ni su tarima, podemos preguntar, tal como lo hizo uno de los lectores de EL UNIVERSO: ¿Y por qué en lugar de tanto dispendio en las cadenas nacionales en que se insulta a todo aquel que osa contradecir la palabra oficial y se promocionan hasta la saciedad las obras gubernamentales, no se hacen campañas para educar a la ciudadanía, recalcar en ciertas normas de comportamiento e incentivar el respeto a los espacios públicos y al convivir civilizado? ¿Por qué?

¿Cuántos mamógrafos, cuántos hospitales, cuántas escuelitas del decenio se podrían haber construido con los miles de vehículos destinados a los burócratas, gasolina, escoltas y choferes incluidos? ¿Cuántos?

¿Y cuántos parques, cuántos puentes, si en lugar de viajar tanto al exterior los funcionarios públicos y los asambleístas de Alianza PAIS, hoteles de cinco estrellas y viáticos incluidos, se quedaran en su sitio a trabajar? ¿Cuántos?

¿Y cuántos desayunos escolares, con lo que cuesta una sola sabatina, con insultos, descalificaciones y amenazas incluidos? ¿Cuántos?

¿Y cuántos caminos vecinales, con lo que cuestan los dos aviones presidenciales y los dos helicópteros que se están repotenciando para que su excelencia se desplace con la majestuosidad que su cargo exige? ¿Cuántos?

Sí, muchas veces tiene razón en lo que dice el excelentísimo señor presidente de la República, aunque en ocasiones las preguntas se las tendría que hacer a sí mismo, porque solo él, en su infinita sabiduría, tiene las respuestas.