El fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, que ha asombrado con sus fotografías en blanco y negro al público de cinco continentes, ha publicado De mi tierra a la Tierra. Memorias (Madrid, La Fábrica, 2014), un libro escrito con la colaboración de la periodista francesa Isabelle Francq. En él reflexiona sobre el sentido del arte, las búsquedas del fotógrafo y los descubrimientos que, en su contacto con todo tipo de seres vivos, ha hecho de sí mismo como parte integrante del mundo. Son unas páginas repletas de lucidez y sensibilidad sobre la interacción destructiva y creativa de los humanos con la naturaleza.

“Al que no le guste esperar no podrá ser fotógrafo”, dice al narrar su encuentro con una tortuga galápago en la isla Isabela: “En la mayoría de los casos no disponemos de medios que permitan acelerar los acontecimientos. Por lo tanto, hay que saber disfrutar del placer de la paciencia”. Esta es una lección para el fotógrafo y para quien quiera conseguir algo importante en la vida. La espera produce observación interior y pensamiento: “He comprendido que el paisaje está vivo. Con sus minerales, sus vegetales y sus animales, nuestro planeta está vivo en todos los niveles. He tomado conciencia de que esto exige por nuestra parte un inmenso respeto”.

El largo plazo está presente en sus reportajes visuales: La mano del hombre, Éxodos, Otras Américas y Génesis son resultado también de aquella espera que convierte en sabio a quien la practica. Según Salgado, las imágenes de la fotografía son “fracciones de segundo que relatan historias completas” ya que se imprimen en un lenguaje universal: “La fotografía es una escritura de una gran fuerza, que puede leerse en todo el mundo sin necesidad de traducción”. Sus reportajes sobre las consecuencias de las guerras, las migraciones, las sequías y la deforestación confirman “la disfunción de este mundo en el que participamos”.

Para Salgado, nosotros matamos y creamos a la vez: “Los humanos han destruido más de la mitad del planeta, es muchísimo, pero la otra mitad, o casi, ha permanecido intacta”. Por eso es crítico de la modernidad ciudadana: “Desde la urbanización, nosotros ya no conocemos el nombre de los árboles, no prestamos atención a la época de cría de los animales, nos hemos convertido en ignorantes de los ciclos de la naturaleza”. “En realidad estamos abandonando nuestro planeta –continúa–, porque la ciudad es un planeta diferente… El mundo moderno urbanizado, lleno de normas y leyes, es castrador. Solo en la naturaleza recuperamos un poco de libertad”.

Al mirar detenidamente la pata de una iguana marina en las Galápagos, Salgado sintió que estaba viendo la mano de un guerrero medieval enfundada en una cota de malla, y se dijo: “Esta iguana es mi prima”, comprobando la profunda relación entre todo lo que está vivo: “Al descubrir mi planeta, me he descubierto a mí mismo. He comprendido que todos formamos parte de un mismo conjunto”. De mi tierra a la Tierra es una de las grandes obras de nuestro tiempo: “Tampoco –concluye– debemos perder nuestras referencias, nuestro instinto, nuestra espiritualidad. Lo que nos ha permitido vivir, hasta ahora, es nuestro sentido de la comunidad y nuestra espiritualidad”.