En su momento, Alexander von Humboldt definió a los ecuatorianos como “seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. Así de contradictoria se apreciaba nuestra esencia humana.

Pero no cabe duda de que si el científico alemán viviera en esta época, estaría tan desconcertado que los ojos los tendría, casi todo el tiempo, tan abiertos como platos extendidos, al mirar al Ecuador como una sociedad que se alimenta a diario de grandes paradojas.

Es que resulta poco comprensible, por ejemplo, cómo se puede emprender en campañas de promoción de las bondades de esta tierra, como aquella de All You Need Is Ecuador y a renglón seguido, verbigracia, representantes del oficialismo hagan uso de sus vacaciones justamente en el exterior. Igual podríamos decir de esa urgencia de algunos tecnócratas por repatriar capitales y luego, en el ámbito privado, efectuar inversiones fuera del país.

Asimismo, el mensaje pierde consistencia cuando se habla, casi de manera obsesiva-compulsiva, de una profunda revolución en la educación pública para beneficio de las grandes mayorías, mientras que los hijos de los responsables del diseño y ejecución de esa política pública, precisamente, en muchos de los casos, asisten a instituciones educativas privadas. Ya en el año 2003, Rosa María Torres, intelectual y profunda conocedora de estos temas, advertía que “el día que presidentes, vicepresidentes, ministros, secretarios, directores, subdirectores, asesores, jefes, dirigentes gremiales y autoridades de todo tipo tengan a sus hijos y nietos en planteles públicos, empezará a modificarse en serio el panorama de la educación pública”.

También resulta incongruente, por decir lo menos, que se pregone a los cuatro vientos la defensa de la libertad de expresión y pensamiento, y exista de por medio una espada de Damocles que pende sobre la cabeza del periodismo independiente, a través de una legislación ciertamente restrictiva. Lamentablemente, el poder no entiende que la comunicación social no requiere para su funcionamiento de la presencia de censores, instalados por aquí y por allá, que recrean más bien un ambiente orwelliano. El propio Ignacio Ramonet ante la pregunta ¿En qué medida debe incidir el Estado en el trabajo periodístico?, respondió: “Cuanto menos incida, mejor, no cabe duda”.

Entonces, lo que se necesita es libertad y tolerancia a la crítica y no escenarios donde se advierta que el “Big Brother Is Watching You”. Ejemplos de esta lucha por la defensa del derecho a la libre expresión y pensamiento constituye la valiente posición de medios nacionales, entre otros, EL UNIVERSO, El Comercio, Hoy, Ecuavisa, etcétera; y, en lo regional, Ecotel Radio, con un amplio respaldo ciudadano que se traduce en la fidelidad invariable de sus audiencias o lectores. En la otra orilla, siempre les será más cómodo a los medios públicos y gubernamentales navegar en el mismo sentido en que corren las aguas y permanecer pegados a la seguridad que les ofrece el biberón presupuestario.

En realidad, las contradicciones están presentes en todo lado, incluida en la propia Constitución, que en su art. 1 define que el Estado se gobierna de manera descentralizada, no obstante, en la práctica, el centralismo tricéfalo mantiene aún vigente la presencia de provincias satélites, las eternas ausentes en la repartición de la riqueza nacional, la que debería ser equitativa.

A lo mejor Blaise Pascal tenía razón al destacar la naturaleza contradictoria del ser humano. Esa, quizá, para muchos, una buena excusa.