Un par de semanas atrás escuché a un conferencista hablar sobre la lujuria de la información, y me pareció una figura interesante. Me quedó dando vueltas esa idea del deseo y las satisfacciones a través de la búsqueda insaciable de datos, videos, fotos, imágenes y tuits, ese deambular entre tabernas virtuales, bebiendo de sus contenidos y partiendo velozmente a otra, para hacer lo mismo por horas o días sometido a esa sensación de una búsqueda interminable.

Este libre y continuo acceso a una tentadora sobredosis de información hace que los mensajes se vayan sobreponiendo, reemplazándose sin dejar mucho tiempo y espacio para la reflexión.

Hemos encontrado en los nuevos medios el lugar para asombrarnos, pero también para escapar rápidamente de ese asombro y de la reflexión que no queremos hacer.

Conviven en el mismo espacio las noticias de tu equipo de fútbol, el nuevo vestido de tal actriz, las nuevas tendencias empresariales y el video de un prisionero siendo degollado. Y escogemos. Y seguimos por ahí, hipnotizados en la computadora o el teléfono, cerrando las ventanas que muestran lo que no queremos ver sobre ese “afuera” que cada vez se siente más lejano.

De alguna manera empezamos a diseñar la realidad a partir de los hechos y las historias que queremos ver y recordar. Las que decidimos dejar con la ventana abierta.

Esto no es nada nuevo para ti, ni para nadie, es por eso que las marcas, los políticos, las organizaciones y los medios ya han encontrado cómo sacarle provecho, y lo usan. Cada área del mercado trata de subirse a esta ola y ver cómo la surfea de acuerdo con sus intereses.

Mi intención no es satanizar este fenómeno, creo que de la misma manera que expone a consecuencias que podrían ser negativas, ofrece una serie de beneficios y dinámicas muy positivas.

Por eso veo con urgencia una necesidad de discusión, formación y educación para el consumo de estos medios. Ante la abundancia y velocidad de información deberíamos promover más que nunca el desarrollo del pensamiento crítico. La capacidad de dudar, pero también de profundizar, relacionar y contextualizar, y no creo que hoy los colegios y las universidades estén preparadas. Siento que de alguna manera se mantiene una temerosa distancia, pensando más en una lucha contra el uso de las pantallas, sin darnos cuenta de que eso que nosotros tal vez interpretábamos como realidad virtual es ahora la realidad. Desde ahí se configura en buena parte la significación del entorno y la construcción de los “otros”. Una construcción que escapa a la mirada de los padres o formadores, que se desarrolla de manera silenciosa ante esta lujuriosa oferta de información.