Una oración difundida mediante el WhatsApp, por el que nos comunicamos los miembros cercanos de mi familia, me ha inducido a reflexionar y escribir este artículo.

Hela aquí: Señor, Padre santo, Dios fiel, tú que enviaste al Espíritu Santo, prometido para congregar a los hombres que el pecado había disgregado, ayúdanos a ser, en medio de nuestros hermanos, fermentos de unidad y paz. Por Cristo nuestro Señor, Amén.

¡Qué desafío! Ser fermentos de unidad y paz…

Ante semejante demanda solamente deberían caber dos opciones: aceptarla o rechazarla, aunque reconozco que hay la posibilidad de una tercera: ignorarla.

Claro que el efecto de ignorarla equivale a rechazarla, ¿o no?

Observando lo que ocurre aquí cerca, más allá o lejos, podemos concluir que la unidad y la paz son valores preciados pero escasos y a veces inexistentes, sobre todo en algunos ambientes. En cambio, en otros son abundantes y producen frutos positivos para las comunidades que las practican.

¿Es raro o frecuente encontrar personas que se preocupan, abogan y realizan acciones concretas a favor de la unidad y de la paz?

¿Se necesita vocación? ¿Falta conocimiento o motivación? ¿Ausencia de perseverancia por cansancio o decepción? ¿Experiencias negativas y dolorosas?

Unidad por encima de la diversidad, admirando y valorando a esta, respetándola y aceptándola.

Paz como resultado del triunfo en la lucha contra la injusticia, la marginación o el rencor.

¡Qué difícil es perdonar! Perdonar de verdad, que no significa olvidar, sino redimirse del rencor.

¡Cuánto alivia ser perdonado! Volver a percibir que somos confiables nos hace bien y nos estimula a no volver a fallar.

¿Ha pensado que nos podemos convertir en agentes de concordia o de discordia? ¿De unidad o de fraccionamiento?

Si nos declaramos voluntarios para la unidad y la paz en la familia, en el barrio, en el trabajo, en los grupos, asambleas, movimientos o partidos. Si propendemos constantemente a que se vivan y practiquen en esos ambientes, ¿viviríamos mejor?

¿Alguna vez ha echado de menos que existan personas así: puentes, factores de armonía para zanjar divisiones o eminentes rupturas?

Me parece que es tiempo de reflexionar sobre este tema y decidirnos a dar pasos hacia la concordia, pues aprecio que hay expresiones, manifestaciones y acciones que tienden a dividir a las personas y no a congregarlas para su progreso común y armonioso.

Si nos damos cuenta de que prospera la animadversión o la injusticia y que la cosecha será el distanciamiento o el fraccionamiento, del que suele no haber retorno, ¿no cree que debemos intervenir adecuadamente para dar nuestro aporte y evitar que se produzcan esos males?

Sinceramente, desde nuestros principios y convicciones: ¿debemos convertirnos en fermentos de concordia en cada uno de los ambientes en los que nos toca vivir? ¿Cabe quedarnos impávidos? ¿Somos o no responsables de lo que hacemos y dejamos de hacer?

¿Vale la pena reflexionar sobre todo esto y convertirnos en fermentos de concordia? ¿Podría usted? ¿Sería tan amable en darme su opinión?