Con base en un reciente informe publicado en el Times, hay disensión en la Reserva Federal: “Una minoría cada vez más vocal de funcionarios de la Reserva Federal (Fed) quiere que el banco central se retire más rápidamente” de sus políticas de dinero fácil, mismas que, advierten, generan el riesgo de causar inflación. Y nos dicen que este debate probablemente domine el gran simposio de economía que está en marcha actualmente en Jackson Hole, Wyoming.

Ese bien pudiera ser el caso. Sin embargo, hay algo que deberían saber: Esa “vocal minoría” ha estado advirtiendo sobre la creciente inflación más o menos sin parar durante seis años. Además, me parece que la persistencia de esa obsesión es más interesante e importante que el hecho de que los sospechosos de costumbre estén haciendo los comentarios usuales.

Antes de que intente explicar la obsesión de la inflación, hablemos sobre cuán notable es realmente esa obsesión.

El artículo del Times destaca en una mención especial a Charles Plosser de la Fed de Filadelfia, quien, efectivamente, está advirtiendo sobre riesgos inflacionarios. Sin embargo, ustedes deberían saber que él advirtió sobre el peligro de la creciente inflación en 2008. Advirtió sobre ella en 2009. Hizo lo mismo en 2010, 2011, 2012 y 2013. Estuvo equivocado cada vez, pero, impávido, ahora lo está haciendo de nuevo.

Además, este registro no es inusual. Con muy pocas excepciones, funcionarios y economistas que emitieron funestas advertencias sobre la inflación varios años atrás, siguen emitiendo advertencias más o menos iguales actualmente. Narayana Kocherlakota, presidente de la Fed de Minneapolis, es el único ejemplo prominente en sentido contrario que se me ocurre.

Ahora, cualquiera que haya estado en el campo de la economía durante cualquier periodo, yo mismo incluido, ha hecho algunos pronósticos incorrectos. Si no es así, no se está corriendo riesgo alguno. Sin embargo, los halcones de la inflación no dan señales de aprender sus errores. ¿Dónde está la reflexión, el intento por entender cómo pudieron haber estado tan equivocados?

El punto es que cuando ves a personas aferradas a una perspectiva del mundo en vista de la evidencia, sin lograr que reconsideren sus creencias pese a repetidas fallas en pronósticos, tienes que sospechar que hay motivos ulteriores involucrados. Así que la pregunta interesante es: ¿Por qué gritar “¡inflación!” es tan atractivo que la gente lo sigue haciendo pese a que han estado equivocados una y otra vez?

Bien, cuando persisten mitos económicos, la explicación suele encontrarse en la política; y en particular, en los intereses de clase. No existe una brizna de evidencia de que una reducción de las tasas fiscales sobre los ricos impulse a la economía, pero no hay misterio alguno con respecto a por qué prominentes republicanos, como el representante Paul Ryan, siguen alegando que menores impuestos para los ricos es el secreto del crecimiento. Los alegatos en el sentido que enfrentamos una inminente crisis fiscal, que Estados Unidos se convertirá en Grecia cualquier día ya, sirven de manera similar a un útil propósito para aquellos que buscan desmantelar programas sociales.

A primera vista, los alegatos en el sentido de que el dinero fácil causará un desastre incluso en una economía deprimida parecen diferentes, debido a que las bajas tasas de interés significan dividendos a largo plazo para tenedores de bonos (quienes generalmente son ricos), pero también equivalen a ganancias de capital a corto plazo para esos mismos tenedores de bonos.

Pero, aunque el dinero fácil en principio pudiera tener efectos mixtos sobre las fortunas (literalmente) de los ricos, en la práctica las demandas por una política monetaria restrictiva pese al alto desempleo siempre vienen de la derecha. Hace ocho décadas, Friedrich Hayek advirtió en contra de cualquier intento por mitigar la Gran Depresión a través de “la creación de la demanda artificial”; hace tres años, Ryan prácticamente acusó a Ben Bernanke, el presidente de la Fed en esa época, de buscar “degradar” al dólar. La obsesión con la inflación se asocia tan estrechamente con la política conservadora como las demandas por impuestos más bajos sobre ganancias de capital.

La razón es menos clara. Sin embargo, la fe en la incapacidad del gobierno para hacer cualquier cosa positiva es un principio fundamental del credo conservador. Trazar una excepción para la política monetaria –“el gobierno siempre es el problema, no la solución, a menos que hablemos de que la Fed reduzca tasas de interés para combatir el desempleo”– quizá sea una distinción demasiado sutil para una era en que políticos republicanos extraen sus ideas sobre economía de novelas de Ayn Rand.

Lo cual me remite a la Fed, y a la cuestión de cuándo ponerle fin a la política de dinero fácil.

Incluso palomas monetarias como Janet Yellen, la presidenta de la Fed, por lo general reconocen que llegará el momento de quitar el pie del acelerador. Y quizá ese momento no esté muy lejos: el desempleo oficial ha bajado marcadamente, aunque los salarios siguen sin ir a ninguna parte y la inflación aún se mantiene tenue.

Sin embargo, la última persona a quien se debe preguntar sobre una estrategia apropiada es aquella que ha estado advirtiendo sobre la inflación año tras año. No solo han estado equivocados de manera consistente, han afirmado una posición que, sea que lo sepan o no, esencialmente es política en vez de fundamentarse en un análisis. Deberían ser escuchados cortésmente –los buenos modales siempre son una virtud– y después ignorados.

La última persona a quien se debe preguntar sobre una estrategia apropiada es aquella que ha estado advirtiendo sobre la inflación año tras año. No solo han estado equivocados de manera consistente, han afirmado una posición que esencialmente es política en vez de fundamentarse en un análisis.

© The New York Times 2014.