Cuando hace 24 años llegué a la Misión Franciscana de la isla San Cristóbal (Galápagos) tuve el gusto de conocer a la tortuga llamada Pepe. Me contaron su historia: 20 años antes, una familia del lugar regaló al animalito a la Misión.

Fue el único galápago que el Parque Nacional permitió que viviera como mascota de una familia. Pronto llegamos a ser amigos brindándole todos los días cariño, alimentación y cuidado. Se adecentó un lugar para que viva con una pequeña piscina y como dormitorio, un reducido cuarto. Pepe gozaba de la visita diaria de los niños de la isla, que le llevaban frutas, sobre todo bananos y papaya. Y numerosos grupos de turistas que buscaban fotografiarse con una tortuga tan mansa y agraciada. Pronto se hizo famoso. La escritora estadounidense Julie Hanna escribió el libro para niños Pepe el Misionero, que está traducido al castellano y publicado por la Franciscan Missions Inc. Igualmente, cientos de postales con su figura recorrieron el mundo. No faltaron jóvenes de Nueva York y Denver que llegaron a San Cristóbal expresamente para adecentar su hábitat. A raíz de la muerte de George el Solitario, el parque vio conveniente llevárselo al Centro de Interpretación de San Cristóbal. Yo le expuse mis reparos ya que sabía que Pepe estaba acostumbrado al trato cariñoso diario y a una alimentación a base de frutas. Al conocer su muerte, pienso que la falta de afecto de pequeños y grandes acortó su vida. Agradezco a Dios el haber participado tantos años de la presencia y cariño de Pepe el Misionero.

Manuel Antonio Valarezo Luzuriaga, monseñor, sacerdote misionero, Loja