Lucas sueña con balones. Goles. Ecuatorianos felices.

Siete años y ya sabe de torneos europeos, errores tácticos, convocatorias oportunas y de las inoportunas también. Sabe de la verdadera nobleza de “sudar la piel del país”.

Lucas lo ha superado todo: la soledad, su corazón, distancias y carencias. Pero lo hace porque su horizonte es una certeza: jugar al fútbol, cruzar el charco, regresar no solo para sudar, sino ser en verdad la piel del país.

En los diminutos ojos de Lucas brilla esa luz que a muchos se nos desvanece cuando nos llega la posibilidad de entender que el mundo de afuera, el de las desesperanzas, el fabricado por la codicia de los adultos, no es igual al de nuestros sueños.

Hace mucho que no veo a Lucas, ni sus desajustados pases con el balón, ni sus camisetas de equipos árabes o españoles. Ni su pose de futbolista, con las manos en la cintura, la pancita salida, cabeza semienterrada entre los hombros y la pierna derecha descansando sobre el balón. No lo he visto, y creo que no resistiría un diálogo sensato con él, si es que planteara el tema de las primas y los premios reservados para los que “sudan la piel del país”. Y para sus dirigentes.

El problema con Lucas es que cree que el fútbol es honesto. Como él.

El problema conmigo es que no sabría cómo explicarle que desde hace mucho, deporte y honestidad se volvieron incompatibles. Especialmente cuando se descubrió que el sudor de la piel del país, sumado a una suerte de histeria colectiva mediatizada, puede multiplicar esos papeles –sí, simples papeles verdes– que envilecen al más cuerdo.

Ojalá pueda salir de mi anacronismo y entender de una vez por todas que nada de malo hay en aquello de ganar, desorbitadamente, dinero con la piel del país. Pero cuando conoces a espíritus esperanzados como el de Lucas, con todos sus sueños puestos en un balón, es inevitable sentir decepción por todo lo que muchos Lucas deberán –para sobrevivir– entender, asumir y practicar como hábitos en la cancha del “deporte profesional”.

Ojalá las esperanzas no le tengan a Lucas tan alejado de las noticias sobre la selección ecuatoriana de fútbol y sus ahora públicos repartos. Ojalá, como futuro futbolista profesional, decida no ser cómplice, en esa mutua complicidad de silencio, sigilo, confidencia, de permisividad entre jugadores, periodistas, técnicos y dirigentes.

Ojalá, nosotros, también desde nuestras trincheras seamos capaces de seguir las verdaderas pistas: más allá de los repartos entre jugadores, que nos centremos en los rastros de los dirigentes, los técnicos, los viajes, las invitaciones, los familiares invitados, los presupuestos, las negociaciones publicitarias, las elecciones gremiales, los patrimonios, los pases, las convocatorias. Los silencios cómplices.

Ojalá, por esta ocasión, decidamos sacarnos esta maloliente “piel del país” que nos ha dejado Brasil 2014, antes de que un nuevo amistoso o eliminatoria nos someta en la desmemoria colectiva y nos ponga a saltar, vivar y gritar sobre las vergüenzas ajenas.

Ojalá muchos Lucas no deban estar sometidos a esos corruptos aprendizajes como condición para transmutar en héroes, en referentes, en esperanzas de este país futbolero, ya casi sin piel.