François Hollande, presidente de Francia, sale subrepticiamente del Eliseo, se trepa en su escúter debidamente protegido por el casco reglamentario, se desliza en el París nocturno, se escurre por calles poco transitadas hasta llegar a la residencia de su amante, Julie Gayet, donde se apea de su fragoroso motociclo. Un día después, el caricaturista de turno nos muestra a François metido en cama ajena, acicalado con su casco de guerrero motorizado mientras libera hasta el éxtasis sus embestidas presidenciales entonando La Marsellesa. Es el toque de queda del amor: si me tocas, me quedo. Julie pone en acción sus habilidades para que François pueda acceder pronto a las delicias del séptimo cielo, el vaivén cómplice y entusiasta del mandatario facilitando la maniobra. Un día después, un caricaturista local dibuja a la primera autoridad en tenida de Adán, pero con el casco puesto mientras realiza su faena amorosa con envidiable empeño. Los franceses lo toman con humor, les gusta que sus presidentes, como los dioses del Olimpo, manifiesten sus instintos y sus explosiones emocionales; Sarkozy no había sido excepción a la regla, siendo el único casto Charles de Gaulle.

En Washington, el Salón Ovalado guarda recuerdos de otras calaveradas. Un juerguista llamado Bill comparte con una joven becada su afición al cigarro y otro tipo de aspiración periférica. Aquella diablura casi le cuesta la Presidencia. Los congresistas han de ser aficionados al cuchi cuchi, pero no bromean con la moral pública cuando de otros se trata. Lo único que lamenté en aquel entonces fue que Hillary haya salido tan lastimada frente a las fechorías de su “sexofonista” cónyuge.

Volviendo a Francia, Félix Faure, elegido en 1895 como presidente, muere súbitamente con los pantalones en los tobillos mientras una meretriz le propina cálidos auxilios de tipo aspiratorio. Los franceses celebraron con jovialidad aquel erótico fallecimiento. Asimismo morirán sin las botas puestas Atila rey de los Hunos, Nelson Rockefeller y el papa León XIII. Baudelaire hubiera exclamado: “La chair est triste, helas, et j’ai lu tous les livres” (La carne triste es, lastimosamente, y leí todos los libros). En Ecuador sucedió varias veces aquel postrero estertor erótico, pero nosotros supimos ocultar a la vez el cuerpo del delito y el delito del cuerpo.

El proverbio reza: “Una bella muerte honra toda una vida”: no existe duda alguna, el amor hace girar el mundo. Poco importa que Romeo y Julieta sean personajes de ficción, los hemos convertido en realidad, soñé en Verona al pie del supuesto balcón donde los dos amantes retozaban con infinito gusto hasta que cantase la alondra del amanecer. Tristán e Isolda siguen siendo mis héroes, el acto sexual hecho con amor resulta ser el más inocente aunque intenso placer convertido en pecado.

François Hollande siendo también fino catador y gastrónomo habrá seguramente optado por las cien excitantes posturas del Kama Sutra, no por las amenazas bíblicas. El sexo bien hecho siendo una fiesta de los cinco sentidos habrá descorchado una botella de la Viuda Cliquot antes de proceder a la sabrosa reconstitución del pecado original.