Cuánta muerte y tragedia sufrida en Colombia están ahora presentes en la mesa de negociaciones entre las FARC y el gobierno colombiano en Cuba. Sería bueno preguntarse cuáles de las demandas iniciales se han visto cumplidas. 50 años de sufrimiento de la población, de aumento del narcotráfico, de paramilitares, de militares interviniendo en masacres, con muertes de líderes de derecha, de izquierda, de centro y ciudadanos de a pie. Periodistas, empresarios, políticos, militares, guerrilleros, sacerdotes, maestros, profesores, campesinos... tanta muerte y tanta sangre metidos en ese círculo de violencia que parecía no tener fin, pues se alimentaba a sí mismo, ahora presentes en la mesa de negociaciones a través de las víctimas o sus familiares.

Doscientos veinte mil muertos y cinco millones de desplazados son hasta ahora las cifras del conflicto interno en un país que a pesar de todo ha salido adelante.

Las conversaciones de paz, con la esperada firma de la paz, son solo una etapa del largo camino por recorrer. ¿Qué harán esas personas pertenecientes a las guerrillas, que han crecido en ellas y que no saben hacer otra cosa más que vivir y caminar en la selva con un arma al brazo? ¿Cómo se incorporarán a la vida en la sociedad? Esa del trabajo con horarios, buses repletos, o la larga paciencia esperando las cosechas.

Admiro a las víctimas que fueron a la mesa de negociaciones, que se enfrentaron cara a cara con quienes son responsables de su dolor y de sus angustias y que no mostraron deseos de venganza, de represalias, que no hablaron desde el odio, sino desde el dolor hecho vida en sus vidas, lo superaron y aspiran a que nadie más sufra lo que ellos han sufrido, no importa en qué bando estén. Quieren que las escuchen, que se sepa la verdad y que les pidan perdón. Que se desarmaron de sus propios rencores y quieren que los demás se desarmen de las armas y de sus hostilidades. Que no quieren ellas seguir siendo víctimas, rumiando siempre la tragedia que han vivido. Que buscan la reconciliación, que va mucho más allá. Quieren rehacer sus vidas asumiendo lo vivido, quieren justicia, pero también quieren afecto y ser escuchadas con respeto y empatía, quieren ser artífices de una Colombia que resurge desde las raíces enredadas en el fango de desapariciones, muertes, narcotráfico y tortura, y se levanta dispuesta a hacer frente a las tormentas que vendrán.

Ellas son las voces que hay que escuchar, ellas las últimas en llegar a la mesa de negociaciones, ellas marcan el camino.

Siempre me ha sorprendido la capacidad de perdón de quienes han pasado por tribulaciones enormes, insoportables aparentemente. Desde el prisionero francés que conocí y en cuya casa me hospedé, callado, taciturno, que todos los veranos se dirigía a la frontera con Alemania para reunirse con su carcelero nazi y juntos plantar un árbol, hasta ejemplos más famosos como el del presidente Mujica que dice que tiene dos ojos para mirar hacia adelante, y Mandela que en la prisión aprendió la lengua de sus adversarios, para cuando saliera libre poder hablar con ellos, hacerse entender y entenderlos y lograr la independencia y el respeto para su pueblo.

Cuánto dolor cuesta a la humanidad aprender a trabajar por la justicia y la dignidad desde diferentes ideologías, escuchando y respetando.

En nuestro país, donde la confrontación es pan de cada día, sería interesante asimilar experiencias ajenas.