Hay una película que traducida al español se llama Señorita Simpatía, protagonizada por Sandra Bullock. En ella, la protagonista siendo una ruda agente del FBI tiene que participar encubierta en un concurso de belleza para proteger la integridad de las participantes. Entre otros detalles simpáticos, siempre me causó risa ver cómo, al parecer, el estereotipo de que las mujeres bellas son tontas se traducía en burlarse de las respuestas que dan a las preguntas en el concurso. Sobre todo, suponiendo que cuando se les preguntara sobre cuál es su máximo deseo, ellas siempre contestarían: “La paz mundial”.

La paz mundial como concepto etéreo y utópico, citado para granjearse la simpatía de los espectadores, es un trillado lugar común en todo tipo de eventos y concursos. Parece que es un objetivo tan alto que ha quedado establecido como un motivo de broma o para citar algo que resulta quimérico.

Realmente en momentos como este, en que el planeta se incendia en varios puntos, es cuando cabe sentarse a reflexionar sobre la importancia de una paz verdadera.

Los motivos que aducen los países actualmente en conflicto no son nada nuevos. Si revisamos la historia de la humanidad, comprobamos que seguimos peleando por lo mismo desde hace varios miles de años.

Lo único que tal vez me atrevo a decir es que siendo los mismos motivos nos hemos vuelto más “desfachatados” en la forma de presentarlos a los demás. Ya nadie tiene vergüenza en asumir que las batallas responden a intereses económicos o de supremacía religiosa de pequeños grupos, y no de las grandes masas a las que dicen proteger.

Frente a la duda de si realmente la guerra es un estado de caos generado a propósito para saciar necesidades bajas de grupos poderosos, existen muchos investigadores que afirman con autoridad que los enfrentamientos se generan como una estrategia de los fabricantes de armamento para deshacerse de un stock que mantienen en percha.

Resulta insultante aceptar estas hipótesis, pero en definitiva sí tenemos que reconocer con dolor que hay mucho de cierto en estas ideas.

Basta con ver las desgarradoras imágenes de las víctimas inocentes de las guerras actuales para sentir, como padres y como seres humanos, mucha vergüenza por el nivel de dolor que hemos sido capaces de causar.

Aunque suene lejano, utópico y piensen mis lectores que lo hago por ganarme unos aplausos como en la película de la Bullock, lo cierto es que me siento en la obligación de hacer votos sinceros porque todos los conflictos actuales se vayan solucionando, para dar paso a esa tan ansiada paz que el mundo necesita.

Ya nadie tiene vergüenza en asumir que las batallas responden a intereses económicos o de supremacía religiosa de pequeños grupos, y no de las grandes masas a las que dicen proteger.