Correa quiere acabar con la preeminencia del capital sobre lo humano, pero actúa como un gran capitalista, en el sentido que originalmente tuvo la palabra.

La etimología indica el origen de los significados de las palabras. En el caso de capitalismo, la palabra, que tiene en su raíz a cápita que significa cabeza en latín, proviene de capital, la ciudad sede de los gobiernos. El diccionario de Etimología de Oxford reseña que en el siglo XVII era tan grande la cantidad de recursos que concentraban las ciudades capitales que la palabra capitalista, relacionada originalmente a la ciudad capital, comenzó a ser usada como sinónimo de acumulación de riquezas.

El capitalismo de Correa es extremo en al menos dos sentidos. Uno, el de concentrar inmensos recursos públicos y poder de decisión burocrático en la capital; y el otro, concentrar poder en la cabeza o cápita del gobierno que es él.

Denuncié en esta columna que el presidente le ha dado a Quito un tratamiento privilegiado: millones en asignaciones extraordinarias –algo que la Constitución contempla solo en caso de catástrofes– y lo expliqué como producto del temor que él mismo manifestó tenerle a Quito, cuando dijo que 200 mil guayaquileños en las calles no le preocupan, pero sí 20 mil quiteños que pueden desestabilizar su gobierno.

El presidente replicó mi denuncia el día que inauguró la ruta por Collas hacia el aeropuerto, una vía que costó 198 millones aunque apenas tiene 11,5 km. Dijo que hay extremistas: por un lado, los separatistas que atentan contra la unidad nacional y, por otro, los quiteños que quieren que el Gobierno pague todo y no limite a 750 millones su aporte al Metro. Frente a estos extremos su inmensa inversión en la capital sería ecléctica y equilibrada. Pero no es así. Lo que el presidente debe responder es si está bien que a Quito se le entreguen tantos recursos en circunstancias que hay mucho más apremiantes necesidades en los restantes 220 cantones. Entre ellos en Guayaquil, en donde vive la mayor cantidad de pobres y hay el mayor porcentaje de desempleo del país, por causa de la exacción de impuestos que no regresan.

Es tan grande el sesgo regional de la inversión pública que el Ministerio de Finanzas, bastión del centralismo quiteño junto a la Senplades, dejó de publicar las cifras de inversión y asignaciones por provincias desde el año 2011. Las últimas disponibles revelan discriminación contra la Costa; y en particular Guayaquil, que ocupa los últimos lugares en asignación per cápita en educación, salud y en diversos programas sociales. Hasta la empresa de ferrocarriles es regionalista, reconstruyeron 8 rutas pero 7 son a lo largo de la Sierra y apenas 1 en la Costa, con lo cual determinados grupos económicos que manejan el turismo se ven favorecidos.

No, señor presidente, usted no me puede calificar de separatista. En primer lugar, porque aquello incita al odio y a la división, al igual que la inversión privilegiada que genera odiosas diferencias. En segundo lugar, porque el tema no soy yo, sino la inversión extraordinaria en la ciudad donde usted vive ahora. Claro que con Collas “se abre la posibilidad de que surja allí una nueva área de desarrollo industrial”, pero la pregunta es: ¿Y por qué no se invirtieron esos 198 millones en otras partes del país? ¿Por qué es más prioritario hacer dos supervías hacia un nuevo aeropuerto que usted mismo calificó de “atraco”, antes que construir el puente sur sobre el Guayas que acercaría en hora y media el transporte de carga entre Guayaquil y el Austro, ahorrando al país millones en combustible y reduciendo muertos en la Perimetral?

Señor presidente, lo que atenta contra la unidad nacional es ese “capitalismo”.

Lo que el presidente debe responder es si está bien que a Quito se le entreguen tantos recursos en circunstancias que hay mucho más apremiantes necesidades en los restantes 220 cantones.