En 1989, año en que cayó un muro, el ayatolá Jomeini levantó otro, condenando en una fatwa a muerte a Salman Rushdie, por considerar antiislámico su libro Los versos satánicos y a cualquier persona relacionada con su publicación. Fue un 14 de febrero, día de los enamorados en Occidente. Era el modo en que el supremo líder de Irán celebraba su amor por el islam. Ofreció una alta recompensa a quien ejecutara la condena, que después incrementó y la promesa de que aquel que perdiera la vida en el intento, sería un mártir y se reuniría con Mahoma en el paraíso. La recompensa está vigente y asciende a tres millones de dólares. Rushdie sigue vivo, no así Hitoshi Igarshi, quien tradujo al japonés su obra. También fueron atacados físicamente otro traductor y un editor.

El libro retrata a un líder religioso violento y manipulador, en el que se vio reflejado seguramente Jomeini. Es que a los dioses no se toca, tampoco a sus profetas. Para eso están sus guardianes.

El episodio, en pequeño, lo hemos vivido aquí recién. En este Diario, una columnista escribió ‘No puedo creer’, en el que se opone a la erección del busto de un expresidente de la República y exalcalde de Guayaquil, diciendo que no respetó los derechos humanos, se pregunta si se colocará el monumento como un símbolo de poder y prepotencia y agrega que muchos guayaquileños ilustres podrían ocupar su lugar.

Los guardianes de la memoria del aludido tomaron su pluma y lanzaron el anatema contra la autora, publicado dos días después. Dijo uno de ellos que no quiere creer que la prensa comparta maniqueas actitudes de “esta columnista ocasional”. La articulista respondió en este mismo medio, destacando que gracias a la apertura de EL UNIVERSO, escribe lo que piensa y siente. Es decir que la exhortación a callarla no surtió efecto.

¿A qué recurrieron dos de los guardianes? A su condición de “afuereña”, porque, a su juicio, una quiteña no puede opinar sobre un personaje que gravitó en la vida nacional, por ser de Guayaquil. Y reivindican su calidad de “auténticos guayaquileños”, para agradecer y admirar al personaje. Entonces, el que no ama a este, no es auténtico guayaquileño y debe ¿irse de la ciudad?

Tienen derecho a pensar así los replicadores. A creer que a la subversión había que liquidar con temple autoritario, basarse por ende únicamente en la autoridad. Un alto funcionario del régimen del dios declaró que a los subversivos había que matarlos “como al pavo, la víspera” y eso hicieron y desaparecieron y torturaron y violentaron sexualmente y privaron ilegalmente de la libertad. 311 víctimas de la barbarie, como lo estableció con pruebas la Comisión de la Verdad, de cuya honestidad solo los guardianes dudan. Así, a los insurrectos y a los opositores, había que tratarlos al margen de la ley, irrespetando las decisiones del Congreso Nacional, como en los casos de la designación de los jueces de la Corte Suprema de Justicia, impidiendo, con un piquete policial, que se posesionaran o cuando decretó la amnistía a favor de Frank Vargas, que solo se acató después del secuestro en Taura.

Tienen derecho los guardianes a estimar que la columnista debía mencionar al busto del Che Guevara y si quieren, al de José Joaquín de Olmedo o Eloy Alfaro. A creer que ella siembra odios por decir lo que está escrito en las plazas y calles de este país, que deforma la historia que ellos diseñan. A pensar, una respetuosa ciudadana, admiradora de la articulista, que los guayaquileños indómitos, o sea que no se dejan sujetar, necesitan mano dura.

Tienen derecho aquellos a expresarse como lo han hecho, merced a este Diario. A lo que no tienen derecho es a irrespetar la libertad de expresión de su contraria, porque, como enseñaba Evelyn Beatrice Hall, biógrafa de Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Y tampoco derecho a la prepotencia que ofende. Pero aprendieron: Jaime Roldós llamaba al exalcalde de innegable mérito administrativo y extraordinaria energía: “Insolente recadero de la oligarquía”.

Que se coloque pues el ansiado monumento, ante el que los guardianes vendrán a rezar.

Emulando la canción de Ana Belén decimos: “Ecuador camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza con acercarse solo a mirarla. Paloma buscando cielos más estrellados, donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar”.

El libro retrata a un líder religioso violento y manipulador, en el que se vio reflejado seguramente Jomeini. Es que a los dioses no se toca, tampoco a sus profetas. Para eso están sus guardianes.