Siempre escuché decir que los primeros educadores son los padres de familia y que ellos delegan sus responsabilidades a los maestros. El Estado está obligado a prestar los servicios adecuados para que las aspiraciones de los progenitores no sean letra muerta, en consecuencia, la educación no es una dádiva o regalo al pueblo de ‘papá gobierno’; es una obligación constitucional cuyo cumplimiento guarda estrecha relación con el progreso y bienestar de los pueblos.

Muy en el interior de cada familia existen verdaderas escuelas de formación. De modos diferentes y en épocas distintas, cada hogar se preocupa de inculcar a sus vástagos los valores, costumbres y tradiciones heredados; es una cadena que se intenta, a veces con dificultades notorias, preservarla para no interrumpir el flujo de todo aquello que se considera como la savia vital para el futuro de la persona y de las familias potenciales.

Soy un convencido de la importancia de la familia en la formación de los hijos. No me refiero solamente a la familia ecuatoriana, se trata de la familia universal. Los padres al engendrar vidas se preocupan, además y sobre todo, de enriquecer esas existencias con equipajes suficientes y necesarios para una larga travesía existencial.

La semana pasada estuve en la ciudad de Cuenca y fui testigo de un cónclave familiar llamado ‘Encuentros’. Algo más de trescientas personas, todas vinculadas por un apellido, se dieron cita para disfrutar de una sola cosa: estar juntas, conocerse mejor, reconocerse en algunos casos, hablar de sus padres, abuelos o bisabuelos. La reunión fue una verdadera escuela de comprensión, de amistad, de afectos; fue una demostración de cómo se puede divertir durante una jornada completa movidos por el único deseo de hacer que el encuentro familiar cumpla con sus objetivos. En esta agradable cita de gente alegre y sincera aprendí algunas cosas que las traslado a ustedes, amables lectores:

- En los encuentros se viven momentos que no están sujetos a rígidos programas porque se deja que la vida fluya y se creen espacios propicios, cortos o largos, para la tertulia, para un abrazo, para un hola cariñoso, para apretones de manos y miradas profundas entre palabras, sonrisas y lágrimas. Los encuentros nacen por amor, se alimentan de amor y perduran si el amor se mantiene fresco y lozano desafiando la marcha inexorable del tiempo.

-Alguien dijo: ¡Ay de los pueblos que ignoran su pasado! Es imperioso saber de dónde procedemos para entender mejor quiénes somos. El conocimiento de nuestras ramificaciones familiares nos ayuda a interrelacionarnos, a no pasar por esta vida como seres extraños, a ser partícipes de alegrías y penas, a buscar metas comunes, en fin, a saber que no estamos solos.

-Del 2000 a esta parte, siete clanes familiares se han turnado para organizar anualmente estos encuentros. La jornada es un himno a la vida de familia; además, un espacio para crecer, también, como amigos. Vale la pena imitarlo, amigas y amigos.

“Gobierna tu casa y sabrás cuánto cuesta la leña y el arroz; cría a tus hijos y sabrás cuánto debes a tus padres”

(Proverbio oriental).