Tanto en las enfermedades curables como en las tratables es fundamental que el tratamiento sea adecuadamente dirigido por el médico y que sus indicaciones sean cumplidas por los pacientes. Si el diagnóstico es correcto y el tratamiento es acertado, se obtendrán los beneficios esperados. Para que eso suceda, se requiere regularidad en la toma de la medicación. Ese es uno de los muchos factores que intervienen en el amplio concepto denominado “adherencia terapéutica”.

Para analizar la adherencia al tratamiento (adherencia terapéutica) hay que tomar en cuenta no solamente la intervención del paciente (principal beneficiario), sino también el cumplimiento de todos los procesos tendientes a la eficiencia en el tratamiento de las enfermedades, en especial de las que son crónicas. No existe acuerdo en la definición del término adherencia. Ciertos autores opinan que equivale a cumplimiento. Otros, en cambio, afirman que el cumplimiento es parte de la adherencia. Lo cierto es que la adherencia al tratamiento es un proceso dinámico, que resulta de los acuerdos entre médico y paciente para alcanzar bienestar. La OMS la define como “el grado en que el comportamiento de una persona –tomar el medicamento, seguir un régimen alimentario y ejecutar cambios del modo de vida– se corresponde con las recomendaciones del prestador de asistencia sanitaria”. De esta manera los pacientes resultan socios activos de los profesionales de la salud en su propia atención.

En los tratamientos crónicos se estima que el grado de adherencia global fluctúa entre el 50% y 75%. Para obtener un buen resultado terapéutico se consideran aceptables grados superiores al 80%, con excepción de los antirretrovirales que necesitan un grado superior al 95%. Una mala adherencia incluye no tomar la dosis correcta, no respetar los intervalos entre dosis, olvidar tomar una dosis o suspender el tratamiento antes de lo indicado.

En todo este proceso complejo y dinámico, los proveedores de atención médica (entiéndase proveedores de salud) cumplimos un rol fundamental y de gran responsabilidad. No solamente los médicos como individuos capaces de comunicarnos bien e instruir a nuestros pacientes, sino también el sistema de salud y sus instituciones, obligadas a proveer medicinas de la mejor calidad de manera constante y regular. En el proceso de adherencia terapéutica y de eficiencia en los tratamientos no caben la ausencia de medicinas, la sustitución de lo que no hay por lo “parecido”, los fraccionamientos y disminuciones de dosis para que alcancen hasta la próxima visita, ni dejar al libre albedrío del paciente decidir qué hacer. Anomalías como esas aumentan el costo sanitario y van en contra de la efectividad del sistema de salud. Enfermedades crónicas como la hipertensión arterial, la diabetes, el hipotiroidismo, la epilepsia, el Parkinson, la esclerosis múltiple, el alzhéimer, además de las infecciosas y reumatológicas en general, requieren una provisión permanente de medicinas y que los tratamientos se cumplan de manera regular. Los pacientes necesitan apoyo, no que se los culpe cuando falla el tratamiento por falta de adherencia.

Tal como expresa la OPS: “Aumentar la efectividad de las intervenciones en adherencia terapéutica puede tener más repercusión sobre la salud de la población que cualquier mejora de los tratamientos médicos específicos”.