Corrían los últimos días de la administración del presidente George W. Bush. Los equipos encargados de la transición trabajaban intensamente para completar su trabajo en tiempo. A pesar del ajetreo, en la llamada Oficina Oval, el centro neurálgico del Poder Ejecutivo, el presidente Bush protagonizó uno de sus últimos actos de gobierno. Con la presencia de los líderes de ambos partidos políticos, el Republicano y el Demócrata, y de algunos invitados especiales, puso el ejecútese a una ley que protege a los niños extranjeros del tráfico sexual.

En una de esas raras ocasiones, la ley había sido aprobada prácticamente por unanimidad en las dos cámaras. Una coalición de legisladores de ambos partidos y grupos evangélicos había venido cabildeando en su favor. Terminada la ceremonia, el portavoz de la Casa Blanca declaraba a la prensa: “Estamos muy orgullosos de haber aprobado esta ley”. La ley ofrecía, y ofrece, un programa de ayuda, asistencia y protección a todo menor de edad que no sea de Canadá o México, que entre o pida entrar, sin la compañía de sus padres, al país. “Es un programa que en muchas partes ha ayudado a evitar la esclavitud y tráfico sexual de niños”, dijo el portavoz. Pocos días más tarde, Barack Obama se posesionaba como presidente y Bush se retiraba a su rancho en Texas.

El nombre técnico del cuerpo normativo, traducido al español, es “Ley William Wilberforce de 2008 de Reautorización para la Protección de Víctimas de Tráfico”. La ley pasó desapercibida por casi cinco años hasta que en octubre del año pasado fue “descubierta” por algunos activistas. Hasta hoy más 57 mil niños, la mayoría centroamericanos, han ingresado a los Estados Unidos al amparo de esta ley. En lo que se ha vuelto ya casi una rutina, decenas de adolescentes, algunos de ellos llevando a sus hermanitos en brazos, pasan caminando por el valle del Río Grande en Texas hacia el territorio estadounidense, donde son detenidos primero y luego llevados a refugios. Varias organizaciones privadas e iglesias han creado una red para colocar a estos niños –quienes no pueden ser deportados– ya sea con parientes que han estado residiendo en los Estados Unidos o con familias deseosas de cobijarlos. El fenómeno ha provocado una agitada polémica en los Estados Unidos, con dimensiones políticas, humanitarias y éticas importantes. En octubre hay elecciones de medio término.

El nombre que lleva esta ley es un homenaje a un personaje de la historia política inglesa, William Wilberforce. Nació en 1759, en Yorkshire, un condado del norte de Inglaterra, en el seno de una familia económicamente próspera. A instancias de su amigo William Pitt, Wilberforce obtuvo en 1780 un puesto en el Parlamento. Una profunda conversión al evangelismo cristiano, que transformó hasta su estilo de vida, llevaría a Wilberforce a liderar una épica batalla por tres décadas para abolir la esclavitud en Gran Bretaña. Falleció en 1833, tres días antes de conocer que el Parlamento finalmente se aprestaba a aprobar la histórica Abolition Slavery Trade Act.