Con la muerte de nuestro cuerpo físico, evidentemente el universo conocido llegaría a su fin para cada uno de nosotros. Absolutamente en todas las culturas del mundo se ha especulado sobre el origen y la razón de la existencia humana, y dentro de esta eterna búsqueda que calme nuestra crisis existencial como seres racionales está la búsqueda de un ser absoluto llamado Dios, el responsable de nuestra existencia y destino final. Muchos creen haber develado ese misterio y proclaman una suerte de verdad absoluta a sus creencias, para así poder regocijarse y encontrar cierta paz interior. La religión y la espiritualidad son necesarias para los pueblos, casi imprescindibles, en la medida en que establecen una convivencia social aceptable a través de sus valores morales. Pero esas creencias no deberían contraponerse al conocimiento y las ciencias, como ocurrió en la Edad Media, sino que deberían buscar por lo menos una mínima confluencia que evite un profundo conflicto filosófico. El entendimiento entre ciencia y religión parece algo desnaturalizado por sus particulares principios. Vaya dilema.

Adentrarnos en el conocimiento del cosmos y sus misterios nos eleva más allá de nuestras creencias religiosas, para convertir al Dios de los humanos en algo diminuto e intrascendente. Nuestro planeta azul apenas es un puntito extremadamente diminuto en la Vía Láctea, nuestra galaxia. Suponiendo que se pudiera viajar a la velocidad de la luz, que es de 300 mil kilómetros por segundo, necesitaríamos 27 mil años de constante viaje solo para llegar a la mitad de nuestra galaxia, y de esas galaxias existirían aproximadamente unos 100 mil millones solo en el universo observable. Esto hablando de cuerpos celestes, pero el universo tiene misterios casi incomprensibles a la mente humana. El espacio que se consideraba como algo vacío, ahora se sabe que contiene la mayor parte de la materia del universo, conformada por radiación electromagnética, partículas cósmicas, neutrinos sin masa e incluso formas de materia oscura y la energía oscura.

Muchas de las verdades científicas de antaño se derrumban con el avance del conocimiento humano. Por ejemplo, siempre se dijo que la distancia entre dos puntos es la recta, hoy se especula incluso que el espacio cósmico se puede torcer para acortar la distancia de esos dos puntos. Los misteriosos agujeros negros galácticos tienen una gravedad inimaginable que podría comprimir todo el planeta tierra al tamaño de una papa. Si nos adentramos al microcosmos, la física cuántica hoy nos hace dudar de lo que nosotros conocemos como realidad, incluso pone en entredicho la teoría del origen del universo, este podría remontarse más allá del Big Bang. La mente humana es la mutación más maravillosa del todo, por poseer conciencia, es un milagro de nuestro universo conocido. A pesar de la insignificancia en el cosmos, la vida humana está llamada a trascender en el universo, a evitar su destrucción, a buscar los medios y la tecnología para nuestra supervivencia o morir en el intento; si no logramos este cometido, ¿de qué nos serviría el altruismo espiritual, nuestra veneración a la madre tierra, o a aquel Dios omnipotente? Mientras tanto, flotamos cual frágil burbuja en el espacio.