En teoría, en las ciencias exactas, podría haber una importante aproximación a verdades que podrían considerarse absolutas; y, ni así, podría sostenérselas en el cien por ciento, porque no son extrañas las variables que pueden presentarse en el rigor de todas las ciencias.

Pero, en las ciencias jurídicas, sociales y penales, hay escuelas, tendencias y líneas de pensamiento que razonablemente evidencian que verdades absolutas no existen.

Sin embargo, en la historia de la humanidad –y más desde los pensadores que sustentaron los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Asamblea Nacional de Francia, el 26 de agosto de 1789, y en todos los instrumentos internacionales sobre los derechos humanos sociales, económicos y políticos– se ha buscado garantizar derechos esenciales que deben respetarse más allá de las intencionalidades de quienes circunstancialmente deciden textos legales o ejercen gobierno o son juzgadores o hasta castigadores en una realidad política.

Cuanto más respeto haya a la diversidad, porque ni ser mayorías justifica asfixiar a las minorías y no respetárseles sus derechos fundamentales, hay democracia en una sociedad organizada políticamente. Más aún en el caso de los estados plurinacionales, cual es la situación en el Ecuador.

Nunca debe haber supuestas fórmulas de felicidad ordenadas desde el poder, aun cuando aparezcan de gran respaldo popular, si estas atentan contra los derechos fundamentales de “otros”, aun cuando esos “otros” aparezcan como minorías.

La perversión de los “ismos”
Y en la misma historia de la humanidad aparecen como una constante contra la democracia los abusos y excesos de poder que se sustentan en los “ismos”, en religión y en política.

Crueles y contra la vida y la libertad, que deben estar en la esencia del derecho de todo ser humano, han sido las luchas religiosas contra los infieles, del cristianismo y del Corán, del judaísmo y los musulmanes.

Terrible la historia de la inquisición impuesta por los pactos de la jerarquía católica con los diferentes “soberanos” terrenales, entre la edad media y la moderna, por más de seis siglos, para torturar, llevar al garrote o a la hoguera a seres humanos, con diferentes tachas, a fin de supuestamente salvar sus almas, sea por quitarles sus bienes, sea por solo afán de castigar, sea para sembrar temor y sentar precedentes.

Y también en política, la Revolución Francesa y su régimen de terror, las especies de fascismo, el comunismo, y toda forma de totalitarismo, en la medida que más que convencer, los actores del ejercicio del poder –por ser sus líderes o estar en sus entornos– intentan asfixiar a sus contradictores porque el uso y el abuso de tal ejercicio se lo permite.

Y ha estado el neoliberalismo con el dominio del capital sobre los seres humanos y sus expresiones dominantes, entre estas, las formas y los gobernantes súbditos de imperialismos y neocolonialismos.

Lo terrible de ¿a qué lado de la mesa?
En la práctica, algo terrible es cómo lo mismo que se condena cuando no se es poder, se convierte en herramienta de este si las posiciones cambian en la mesa de la realidad política.

La manipulación de la justicia, en forma menos o más encubierta, es una de las expresiones más cuestionables de aquello.

¿A qué o a quiénes se deben los jueces?

En la medida que estos pueden ser castigados –con procesamientos, suspensiones, encarcelamientos y destituciones– más se deben a los que tienen esa “competencia”.

Los hechos en diversas realidades políticas lo evidencian.

El presidente Correa en la Folha de Sao Paulo
Uno de los grandes periódicos de Latinoamérica, la Folha de Sao Paulo, en su edición del 21 de julio del 2014, publicó una extensa entrevista al presidente ecuatoriano, Rafael Correa, en que este desarrolla lo que ha venido sosteniendo, que no solo en el Ecuador, sino en la región –y quizás en una definición planetaria– hay una incisiva confrontación entre tiempos de cambios de gobiernos progresistas y los sectores políticos que persiguen una “restauración conservadora”.

Textualmente, expresó:

“La integración en América Latina, con visión independiente, soberana y digna, es una preocupación para Estados Unidos. Ya hay una restauración conservadora, de derecha, de las élites de siempre del continente, para parar esos procesos integracionistas y progresistas en el interior de nuestros países”.

En ese entorno, el presidente Correa es que asume la única posibilidad de ser candidato a la reelección que antes había rechazado.

Pensamiento realmente profundo que debería generar un debate a fondo, sin someterse a los que están en el ejercicio del poder o por solo oposición a estos –que ojalá se permita, sin represalias a los críticos, ni satanización alguna–.

¿Habrá opciones?
¿Estamos en tiempos de confrontación, ante el enfrentamiento regional de dos corrientes, porque así parecería, del socialismo del siglo XXI –con sus versiones venezolana, ecuatoriana y boliviana– y la de la restauración conservadora?

O ¿debemos estar en lo que parecía la construcción de una democracia menos injusta, pero con posibilidades de coexistencia de alternativas dentro de la misma democracia, camino seguido aun por quienes en algún momento creyeron en la lucha armada, cuales son los casos de Chile, Brasil, Uruguay y El Salvador?

¿El Ecuador tendrá la dicha –o la fatalidad– de ya ser, o en tiempo próximo ser, el escenario de esta confrontación, en que las únicas reglas que se apliquen son las que convengan a favor de aquellos que las dicten?

Personalmente, quiero creer en la coexistencia, con normas sin direccionamientos, sin superintendentes ni jueces que privilegien ser parte de un proyecto político, antes que estos asumir ser operadores de la democracia y responsables de que no se atropellen derechos de los que discrepan con quienes tienen el ejercicio real del poder.

“…algo terrible es cómo lo mismo que se condena cuando no se es poder, se convierte en herramienta de este si las posiciones cambian en la mesa de la realidad política”.