Quiera el destino que el excelentísimo señor presidente de la República aproveche de la mejor manera sus merecidísimas vacaciones que –gracias a él– son también nuestras. O sea ahora sí se puede decir con toda propiedad que las vacaciones ya son de todos.

Y quiera también el destino que ahora, que está agarrado por la taranta de la reelección indefinida, tenga el tiempo suficiente para apreciar las delicias que experimenta quien está al otro lado del poder, como simple ciudadano.

¡Qué maravilla! En chanclas puede salir por la mañana desde su departamento en Bélgica a comprar el pan y notar que nadie le saluda. Es decir, primero tiene que notar que nadie se va a comprarle el pan, y después que nadie saluda a ese man de chanclas que pide deux baguettes et treinté croissants; al regreso puede sentarse a la mesa para un desayuno familiar y, sobre todo, secreto, sin tener que luego estar contando por la radio qué fue lo que comió y cuánto (dos bolones de verde con dos huevos fritos, un pedazo de hornado, un arroz marinero, un maduro frito, patacones, café y jugo de mora). No pues, en Bélgica no va a estar diciendo a todo el mundo je comí una baguette enterité et veinté croiassants avec un fromage apestosé y té. ¡Horrible sería! Y además, eso a quién dizque le va a importar.

Después puede dar su paseo matutino en bicicleta, lo cual le permitirá hacer el recorrido sin tener que demostrar que él es el mejor, el más pedalión, el más fuerte, y que por eso mismo es capaz de dejar atrás a su enorme séquito de guardaespaldas que le sigue con la lengua afuera. ¡Uf! Ahora, en cambio, la bicicleta puede servirle como medio de locomoción para recorrer la ciudad sin sirenas que le abran paso ni caminantes que le den yuca en belga.

También puede sentir alivio de no cantar sino en la ducha, en lugar de apropiarse de todo micrófono que se le pone delante. En la ducha, eso sí, entre canto y canto ojalá no pise el jabón, porque ha de culpar a los belgas de que le quieren hacer caer y ha de salir a la ventana, se ha de abrir la bata de baño y ha de comenzar a gritar ¡mátenme vou, mátenme vou!

Como está de vacaciones, se sentirá liberado de insultar a todo aquel que se le cruza por delante, porque correría el riesgo de ser considerado loco y terminaría sus vacaciones en un locutorio. No pues en un locutorio para locos, sino en esos que hay para llamar al Ecuador a decir que le vayan a rescatar.

De vez en cuando, puede ir al cine y pasar la tarde viendo una película, sufriendo por el drama del protagonista que quiere quedarse con la protagonista, pero es rechazado porque ella está enamorada de un actor secundario, más o menos como el Patiño, pero en actor. ¡Qué emoción! Descubrirá que es mucho mejor seguir el argumento que estar pensando en cómo armar la próxima sabatina.

Preciosas pueden resultarle las vacaciones para el excelentísimo señor presidente de la República. Y bien útiles, tanto que pudiera ser que las quiera volver indefinidas. Ojalá.