Decimos a menudo que a los ecuatorianos nos falta educación política, pero si ahondamos en el tema encontraremos que no tenemos claro qué es la educación política y a quién le corresponde realizarla. Y no es extraño porque en una educación bien entendida no hace falta que exista con tal rótulo para que se haga.
Los seres humanos somos seres sociales, vivimos entre otros seres humanos y la interrelación con ellos es indispensable para nuestro desarrollo. Esa condición de seres sociales ha llevado a la humanidad a buscar distintas formas de organización, en las que la vida en compañía sea más fácil y las relaciones tengan referentes comunes. Durante siglos se han ensayado formas de organización política hasta llegar al Estado que conocemos y en el que se proponen distintas formas de gobierno inspiradas en diversas maneras de concebir la sociedad y el papel del propio Estado.
El nuestro es un Estado que se define como “constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico”, un ciudadano políticamente educado debe conocer claramente el significado de cada uno de esos términos, para entender su relación con ese Estado, su gobierno y sus conciudadanos.
Los partidos y movimientos políticos son organizaciones que buscan captar el poder para construir y dirigir un Estado, de acuerdo con su concepción del mismo, de la sociedad, de la ciudadanía y del bien común. En los países democráticos hay un periodo preelectoral, durante el cual los candidatos y sus partidos o movimientos se esfuerzan en conquistar el voto de los sufragantes. Se supone que deben hacerlo difundiendo su ideología y su plan de gobierno. Un ciudadano políticamente educado debe estar preparado para exigir que sea esa precisamente la información que se le entregue, para distinguir las propuestas serias y factibles de la demagogia y para aceptar o no lo que se le propone.
Una vez en el gobierno, quienes resultaron electos pueden esforzarse en cumplir lo que su plan de gobierno proponía o pueden olvidarlo y hasta hacer lo contrario de lo que decían cuando querían conquistar los votos. Generalmente buscan justificaciones: que recibieron todo mal, que la oposición no los deja, que las circunstancias han cambiado, pero un ciudadano políticamente educado es capaz de analizar todo eso y descubrir cuánto de verdad y cuánto de mentira hay en sus palabras.
Un proceso educativo bien llevado prepara para el uso correcto de las palabras y el conocimiento de su significado, propicia el desarrollo del pensamiento crítico en niños y jóvenes, promueve el análisis y la deliberación antes de tomar decisiones, ayuda a entender que todos estamos construyendo la historia y que no podemos hacerlo solos, desarrolla la capacidad de diálogo, la búsqueda conjunta de la justicia, de la paz y del respeto a la dignidad humana; en otras palabras, educa al ciudadano, sujeto político en la vida del Estado, consciente de su libertad y del derecho a ejercerla y de los derechos de los demás. Alguien que quiere la unidad en la diversidad.
Lo demás corresponde a los partidos y movimientos políticos que tienen la obligación de formar ciudadanos con quienes compartir un proyecto de país y no electores. Pero claro, si todo esto se cumpliera seríamos capaces de parar la demagogia, de exigir cuentas, de no aceptar el incumplimiento de la ley, de impedir los abusos de poder y, entonces, es probable que habría menos gente pugnando por compartir un pedacito del poder.