Atrás quedó la legendaria ciudad de Guayaquil, la ciudad de mis abuelos, mis padres, mi infancia, niñez y juventud. Sus calles polvorientas en el verano y en época lluviosa imposibles de transitar por el lodazal; las luces tenues, etcétera, pero todo era hermoso.

Las familias eran muy unidas en los barrios circundantes, se conocían, elegían a la madrina del barrio, había los clubes deportivos, las fiestitas, las tertulias. Ahora se dice tengo un millón de amigos, por Facebook; muy moderno, ¿verdad? Pero cuando usted ve a su “amigo” o “amiga” en el camino, son personas desconocidas.

“Compra en la tiendita de la esquina” es expresión inusual, hoy es el market, mall, grandes tiendas comerciales que reúnen masas humanas que van con el objetivo de comprar o pasear. No había tecnología de punta, radares, computadoras, celulares, señal satelital.

Celebramos el calificativo de casa grande, es poco, Guayaquil es Más Ciudad, una metrópoli competitiva y competente en el mundo, tiene amplias avenidas de alta circulación, puentes a desnivel entretejidos que liberan el congestionamiento vehicular, hermosos parques con ornamentación y floricultura, edificios que se levantan al cielo como diciendo gracias a Dios por esta linda y acogedora ciudad refrescada por el caudal del Guayas y el estero Salado; centros educativos de todo nivel, convierten a su gente en profesionales. El intenso comercio local, nacional e internacional lleva a vencer fronteras y alcanzar progreso a propios y extraños. Guayaquil, mi ciudad donde nací hace 74 años, la he visto crecer pujante y los desastres naturales no la limitaron; las deficientes administraciones tampoco pudieron marginarla, todo lo contrario, como el ave fénix te levantas cada día cobijada por el celeste y blanco del cielo. Tomaste este modelo de colores, hiciste la bandera como símbolo de Guayaquil, por eso eres bendecida por nuestro poderoso Dios. ¡Viva Guayaquil!

Marlene Vergara Plúas de Abad,
Profesora, Guayaquil