El Código Monetario y Financiero, cuyo proyecto generó muchos comentarios y cuestionamientos, estará seguramente aprobado por la Asamblea Nacional cuando se publique este artículo porque hoy vence el plazo para hacerlo. En el proyecto final no se habían recogido buena parte de las observaciones que había formulado la ciudadanía a través de diferentes actores, y si esto termina siendo efectivamente así, faltaría solamente la sanción presidencial y su promulgación para que entre en vigencia como ley de la república, por lo que no cabe ninguna puntualización adicional hasta no conocer y analizar su texto definitivo, pero sí es posible en cambio comentar el deplorable comunicado del Cordicom, ahora que su desacertado texto no puede influir, en razón del tiempo, ni a favor ni en contra de la ley.

No suelo utilizar conceptos descalificadores de nadie, y tampoco lo voy a hacer ahora porque todos podemos errar, mas es necesario señalar los yerros para que la rectificación de una conducta pueda producirse, y si no ocurre la rectificación por lo menos la posibilidad o la esperanza de que sus autores perciban que no han actuado adecuadamente.

El Cordicom –palabra que es la contracción del ampuloso nombre de Consejo de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación– publicó la semana pasada un comunicado en el que “hace un llamado a los actores del sistema de comunicación social” instándolos “a la práctica de opiniones éticas”. ¿Quién es el Cordicom para calificar de ética una opinión que responde al plano subjetivo de la persona? ¿Forma parte el Cordicom de la Función Judicial? ¿No podría pensar cualquier ciudadano que lo no ético es el comunicado del Cordicom, con la misma facultad y derecho que este se abroga para opinar del otro en el plano moral?

Además, el comunicado no hace distinciones entre información y opinión, cuando es elemental que toda persona medianamente informada sepa la diferencia entre informar y opinar. El Cordicom podría haber demostrado preocupación –aunque sea con algo de rubor– por informaciones que en su criterio no eran reales o estaban sesgadas o que no se compadecían con los hechos, pero pedirles a los medios de prensa que controlen la opinión de sus periodistas, cuando la opinión es algo que atañe al fuero íntimo del ciudadano, a su cosmovisión como hombre de pensamiento libre que tiene su propia e individualísima percepción de las cosas, va más allá de sus funciones que no han sabido interpretar ni conocer, es pedir la imposición de una especie –abierta o velada– de censura previa que ninguna norma la permite.