Ninguna de las ofertas de las sucesivas campañas electorales del actual Gobierno nacional incluyó la pretensión de destruir la burguesía, de instaurar una sociedad sin clases, de adoptar una visión estatal marxista de la economía, de controlar totalmente la justicia, los medios de comunicación, las universidades, el aparato productivo y financiero, etcétera. Todas estas ‘iniciativas’ no son un mandato del pueblo ecuatoriano; son resultado de una decisión unilateral de parte de un sector que cree que, gracias al poder político, puede engordar sus intereses con propaganda, derroche de dinero y más concentración de poder.

Muchos jamás han cesado de preguntar por qué, frente a estas desviaciones, han callado y siguen callando conocidos intelectuales, escritores y profesores universitarios que, antes de la popularidad de Rafael Correa, pasaban por ser personas pensantes y críticas de cualquier exceso de poder. No se entiende no solo su mudez, sino su colaboración con una máquina gubernamental que no se sonroja cuando abusa del poder. La novela El Lazarillo de Tormes acaso contenga una explicación. Hacia 1553, en Toledo, tras un aprendizaje doloroso, Lázaro de Tormes ha conseguido lo que más anhelaba: alcanzar un puesto de funcionario en la administración.

Lázaro es un pregonero –un oficio bajo, pero con pingües ganancias– que va por la calle anunciando ventas de vinos y subastas. Entonces, “viendo mi habilidad y buen vivir”, su patrón, el arcipreste de San Salvador, lo casa con una criada suya. Las malas lenguas –“no sé qué y sí sé qué”– afirman que la mujer de Lázaro mucho entra en la casa del jefe; por eso, el arcipreste le pide a Lázaro no mirar “a lo que pueden decir, sino a lo que te toca: a tu provecho”. No interesa, pues, la opinión pública, sino las ventajas personales que se obtienen con voltear la cara para otro lado o haciéndose el sordo ante los comentarios de las gentes.

Pero, ante el escándalo, una autoridad superior –llamada por Lázaro “Vuestra Merced”– pide un informe sobre el caso y Lázaro relata su vida desde el principio. El académico Francisco Rico aclara que el caso obliga a “transigir con la situación y no abrir la boca, para no perder la modesta prosperidad y el relativo bienestar que a la postre ha conseguido”. Esta pequeña novela fue leída en su época como una carta verdadera, pero lo que narraba era tan increíble que los lectores dudaron de su veracidad. Según Rico, el realismo de la novela picaresca fue “la mayor revolución literaria desde la Grecia clásica”.

¿Será que los pregoneros de la revolución ciudadana, para beneficiarse de la bonanza dolarizada del Estado, optaron por enmudecer, vender sus ideales de antaño y dar por buena la lección de Lázaro?: “Y pensando en qué modo de vivir haría mi asiento, por tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa. Y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre sino los que le tienen”. ¡Epa!, la picaresca ha sido ciertamente revolucionaria.