El Consejo Nacional Electoral ha decidido borrar de sus registros a cuatro partidos políticos, y las agrupaciones sancionadas han impugnado tal medida señalando además que apelarán ante el Tribunal Contencioso de la materia para que resuelva en definitiva.

Los partidos políticos en el Ecuador han tenido más vida que algunas especies cuya supervivencia es reconocida: se niegan sistemáticamente a morir cada vez que se los hiere, utilizando distintos fármacos según el caso. La disposición legal que obliga a los partidos a obtener un número determinado de votos en dos contiendas electorales generales sucesivas no es nueva, pero poco, por no decir nunca, se ha aplicado esa norma, que ha sufrido variantes a lo largo del tiempo para mantener con respiración artificial a algunos partidos, entre ellos, por ejemplo, la CFP, que fue un partido de masas con gran convocatoria electoral bajo el liderazgo, en momentos distintos, de Guevara Moreno, “pueblo contra trincas”, y Assad Bucaram, pero que con el paso del tiempo quedó reducido casi a la nada.

Los partidos políticos son indispensables para la vida democrática de un país, son de su esencia, y el Estado debería auspiciar su formación y contribuir a su fortalecimiento conforme ocurre porque así lo dictan las leyes nacionales, es decir, entregando dinero público para su financiamiento, una suma no despreciable en proporción a los votos logrados en la respectiva contienda electoral.

Pero está claro que los partidos políticos –que son necesarios para el ejercicio y vigilancia de la democracia– pierden respetabilidad cuando periódicamente atentan contra ella, como sucedió con tres de los cuatro partidos que enfrentan su desaparición, pues ellos actuaron coaligados con la SP de Lucio Gutiérrez en el Congreso Nacional para defenestrar a la Corte Suprema de Justicia en el año 2004 en un acto abiertamente inconstitucional, a propuesta del MPD. Igual sucedió varios años antes cuando otros numerosos actores depusieron a Abdalá Bucaram, quien ejercía la Presidencia. Por desgracia esa es la conducta de los endebles partidos políticos ecuatorianos –no sé si haya excepciones–: son demócratas y constitucionalistas solo cuando el viento sopla a su favor. Un día hacen una defensa cerrada de algo que consideran una verdad casi dogmática, y al otro día esa verdad es diferente con una falta total de coherencia, pero siempre tendrán una explicación aunque no sea convincente.

Además, los partidos políticos en el Ecuador suben la voz cuando hablan de democracia ante los micrófonos, pero no la practican dentro de sus agrupaciones como lo demuestran las quejas habituales de los militantes que quisieron ser candidatos pero no fueron escogidos. Ya Max Weber decía en los inicios del siglo pasado, que en todos los partidos “un núcleo de personas tiene en sus manos la dirección activa y la elección de los candidatos”, quedando al resto de sus miembros solo la posibilidad (¿o la obligación?) de adherirse a aquellos que el partido postula.

Con los partidos políticos ocurre algo similar a las secuencias o episodios ordinarios de la vida humana: hay luces y sombras, y a veces, de manera inevitable, cada luz genera su sombra.