Felipe Burbano en un muy sugerente artículo ‘La nueva nobleza estatal’, publicado en diario Hoy, subraya que lo que hay atrás de la propuesta de reelección del presidente Correa es una alta tecnoburocracia, que denomina, basándose en Bourdieu, nobleza estatal. La hipótesis que nos presenta es: “La reelección busca sostener en el control del Estado a una nueva nobleza cuyo poder consiste en distribuir recursos, privilegios, cargos, posiciones. Se trata de una nobleza burocratizada cuyos privilegios dependen de Rafael Correa, quien funge en la estructura del poder como su fuente de legitimación”. Llama en consecuencia a poner más atención a estos actores, más que en Correa mismo.

¿Pero es esto así? He escrito varios artículos sobre la emergencia de esta categoría social y su importancia en el gobierno de la revolución ciudadana. No me cabe duda de su significación y poder actual y su dependencia de la figura del presidente. ¿Pero, es solo eso? ¿No explica el pedido de reelección la consolidación de un caudillismo con tintes autoritarios, que poco a poco ha puesto en jaque el sistema democrático? ¿No se parece el gobierno político actual a aquellos de raíz parecida como los que encarnaron Chávez en Venezuela o los Kirchner en Argentina, en sus vertientes más sociales, o Fujimori y Uribe, en Perú y Colombia, respectivamente, en sus versiones de extrema derecha?

Lo que tienen en común esas diversas vertientes del caudillismo es la centralidad que tiene la figura del mandatario como eje de articulación de la propuesta política y la ausencia de mecanismos de contrapeso a sus decisiones. La construcción de esa figura central se basa en buena parte en la importancia que tiene la comunicación como forma de relación con el pueblo (no con ciudadanos), la polarización social que clasifica a la población entre partidarios y enemigos, el uso relativamente discrecional de las normas, la ausencia de pluralismo en las diversas instituciones y poderes del Estado, el uso periódico de prácticas clientelares para consolidar sectores de apoyo. De hecho, en todos estos casos la mayor base social que tienen estos gobiernos son los segmentos de la población de menores ingresos, sobre quienes opera con cierta eficacia la política pública. Las clases medias tienen por el contrario una relación oscilatoria, dependiendo del ciclo económico.

El caudillismo de tinte autoritario tiene efectos significativos en la cultura de los países y ponen en riesgo la sostenibilidad de la democracia, este es su legado más complicado. El pueblo se acostumbra a buscar figuras salvadoras, como solución a los problemas que enfrenta. No son las instituciones las importantes, no tienen peso y significación las reglas de juego, sino la clarividencia de los líderes. En todos los países mencionados, cuando ya los caudillos salieron del Gobierno, siguen condicionando a sus sociedades. En los casos de Fujimori y de Uribe, intentan regresar al poder, por medio de personas interpuestas, descalificando a los gobernantes democráticos y en el caso colombiano, tachándoles a Santos de ser filo castro-chavista y señalando que su triunfo permitirá a las FARC ser gobierno, como bien lo subrayó Francisco Leal en un artículo en El Espectador.

La tecnoburocracia es funcional a dicho proyecto, instrumenta, opera podríamos decir, las políticas con diversa eficacia, pero no tiene autonomía, como la que Bourdieu describe para el caso francés. Es finalmente el propio presidente quien distribuye recursos, prestigio y cargos. La propuesta de reelección es finalmente una forma política propia del caudillismo.