El nuevo presidente de la Cámara de Comercio de Guayaquil (CCG), Pablo Arosemena Marriott, es economista y empresario, formado en ideas liberales, las que durante años ha venido promoviendo en Ecuador como profesor, director de un instituto de investigaciones y como asesor político. De manera que el nuevo presidente de la CCG es una rareza: parece creer en la importancia de las ideas.

Durante los últimos años de virulentos ataques ideológicos a las actividades con fines de lucro, llama la atención el virtual silencio de los gremios privados, incluida la CCG. Sí, han protestado por detalles en ciertas reformas, pero en lo que respecta al debate de ideas han mantenido un silencio casi sepulcral.

Este silencio tiene varias explicaciones, pero sin duda la más importante es que el liderazgo de los gremios privados ha mostrado un vacío de principios. Este vacío, a su vez, podría deberse a un escaso conocimiento de principios básicos de economía que deriva en no entender la moralidad del capitalismo ni por qué un ambiente con mayor libertad económica favorece a largo plazo a todos los ecuatorianos (y no solo para hacer negocios, sino también para gozar de más libertades civiles y políticas).

Otra explicación que no podemos descartar es que en una economía con un Estado sobredimensionado abundan los empresarios que prefieren vivir de privilegios concedidos por el Estado a competir para ganar la preferencia de los consumidores. Los gremios muchas veces se han limitado a representar los intereses de empresarios que se benefician o buscan beneficiarse de protecciones estatales.

No se trata de que los gremios incursionen en la política, sino de que asuman la responsabilidad de promover ideas que favorezcan la actividad empresarial. Es común escuchar en conversaciones privadas a los empresarios quejarse de que en Ecuador ser empresarios es sinónimo de “malo” u otro adjetivo peyorativo. Lo que perciben es el resultado de décadas durante las cuales la clase empresarial –salvo honrosas excepciones– ha mirado pasivamente cómo con el dinero de sus impuestos (y el petróleo “de todos”) se adoctrinaba en ideas hostiles a la libre empresa a generación tras generación de ecuatorianos. Digo pasivamente porque –salvo valiosas excepciones– no se ocuparon de promover ideas que resultaran en un clima de opinión favorable a la actividad empresarial.

La victoria de las ideas hostiles al mercado es tan decisiva que es común escuchar incluso en boca de los líderes empresariales clichés contrarios a la libre empresa que evidencian desde la creencia en el “comercio administrado” hasta la creencia en algún tipo de política industrial y la nostalgia por tener moneda propia.

Pero eso puede cambiar en un gremio como la CCG, sobre todo ahora que se conjugan dos factores inusuales en su historia: está liderada por alguien que cree en la importancia de las ideas y el gremio ya no goza del privilegio estatal de afiliación obligatoria.

En sus esfuerzos para conseguir nuevos socios le convienen a la CCG un discurso y una agenda de propuestas de políticas públicas consistentemente liberales –libre comercio, menos barreras a la entrada y salida de los mercados, una menor carga tributaria, etcétera–. Para que las propuestas lleguen a ser realidad, se requiere invertir en cambiar el clima de opinión pública que se ha vuelto tremendamente hostil a los empresarios.