La mayor inversión de futuro que puede hacer un país, qué duda cabe, es educación; me refiero a todo el sistema educativo, desde preescolar a posdoctorado. Más aún considero que uno de los grandes logros de la revolución ciudadana es su inversión en ella, los sistemas de evaluación, las becas a miles de estudiantes, las escuelas del milenio. Se podría argumentar que hay falencias, como el que he observado en la educación rural, pero el balance es bueno.

Quiero en esta columna debatir si Yachay es la inversión más adecuada. Esta universidad localizada en Imbabura está pensada como un centro de docencia e investigación de excelencia, capaz de aportar al cambio de la matriz productiva. Creo, sin embargo, que no es la mejor opción. Presento mis razones en forma breve.

Una razón que parece justificar Yachay: la necesidad de construir un ambiente proclive a la investigación e intercambio científico entre investigadores de diversas disciplinas y con empresas. Sin embargo, esto que es importante puede lograrse por otras vías. Steven Johnson destaca que hoy en día las innovaciones son resultado de redes que evolucionan por medio de procesos colectivos y distribuidos en un gran número de grupos que trabajan en un mismo problema. Esto hace a una característica de central de la innovación, su carácter acumulativo. Hoy en día, la formación de esos grupos se da por medio de congresos y la internet, la cercanía física permanente no parece ser una característica distintiva. Aquí es donde es necesario comprender la lógica de la investigación científica, como diferente a la de las ciencias sociales, incluyendo la economía.

Una segunda justificación es que en el espacio de Yachay se localicen empresas y Universidad, de acuerdo con el modelo de Silicon Valley, el centro neurálgico de la revolución informática, inexplicable sin la presencia simultánea de grandes universidades como Stanford y grandes empresas como Apple o Google. Estudios, sin embargo, como los de Granovetter, han destacado que ello fue posible por la famosa cultura de café, que permite que investigadores, ingenieros de circuitos, abogados de patentes e inversionistas de capitales de riesgo pueden compartir ideas y promover empresas en un ambiente de bajas reglas de confidencialidad y lealtad empresarial. Basta comparar aquello con otro clúster informático, Ruta 128, cerca de Boston, donde hay empresas y universidades, pero no esa interacción de café.

Otra opción posible a Yachay sería invertir esos más de mil millones en las universidades que han sido calificadas como A, es decir, de excelencia. Pensando en aquellas que se especializan en ciencias naturales, valga la pena recordar tres hitos: el boom camaronero hubiese sido imposible sin desarrollos tecnológicos de la Espol, al lograr reproducir larvas en laboratorio. Las grandes obras hidroeléctricas del país están vinculadas a la formación de cientos de ingenieros en la EPN. Finalmente, basta recorrer el listado de médicos de cualquier hospital de prestigio para reconocer el papel jugado por la Universidad Central. Las universidades han aportado a la transformación de la matriz productiva y al bienestar de la población.

¿No cabría más bien invertir en esas universidades ayudando a financiar, por ejemplo, la infraestructura de investigación, equipos principalmente, que necesitan para mejorar sus capacidades? Las universidades norteamericanas reciben cerca del 70% de overhead en los proyectos que se les encarga para financiar ese equipamiento y contratar profesores. Eso con seguridad lograría resultados a corto plazo en campos como la biotecnología o la nanotecnología.