El presidente Rafael Correa, el 15 de enero del 2007, en su discurso de posesión, sostuvo con especial firmeza que “con la nueva política económica, Ecuador comenzará a independizarse de los organismos internacionales representantes de paradigmas e intereses extranjeros, más aún cuando los créditos multilaterales y el financiamiento en general, son las nuevas formas de subordinar a nuestros países”.

Eran aquellos tiempos en que la espada de Bolívar se paseaba, blandiendo su brillo acerado, por los polvorientos caminos de nuestra América Latina, y en cuya efervescencia política, algunos socialistas light, sin sonrojarse siquiera, y jugando a ser el elegido, desafiaban al orden mundial y a sus pesadas estructuras de poder. Con ese ímpetu y rabietas, propio de un adolescente incomprendido, de pronto, algunos asumieron la condición de guapo de barrio, pues, en sus encendidos debates, desde el Palacio de Miraflores, sobre todo, se escuchaba el fin de la noche neoliberal y el despertar del socialismo del siglo XXI, modelo convertido –según el chavismo– en algo así como un faro que ilumina a los pueblos oprimidos, sedientos de libertad y justicia social.

De ahí que llame la atención, la decisión del gobierno ecuatoriano de acceder a un crédito de 1.000 millones de dólares ofrecidos por el Banco Mundial (BM); sorpresa que se genera, no por las condiciones convenientes del préstamo como tal, en cuanto a la baja tasa de interés y largo plazo, sino más bien por las críticas permanentes, casi obsesivo-compulsivas, que han realizado los neo-revolucionarios a esta institución y que tan buenos dividendos electorales les dejara hasta antes del 23-F, fecha convertida en punto de inflexión para el actual proyecto político.

En ese sentido, y si tomamos literalmente las palabras del primer mandatario en aquello de que los organismos internacionales son representantes de paradigmas e intereses foráneos, entonces, ¿cómo debe interpretarse esta decisión del BM de asistir financieramente al Ecuador en su afán de cubrir el déficit fiscal, basado exclusivamente en el buen desempeño económico del país? Desde la lógica del socialismo del Siglo XXI, ¿desde cuándo el BM se ha interesado genuinamente por la suerte de los países pobres? O resulta que ¿el “milagro” ecuatoriano ahora no solamente nos convierte en el jaguar latinoamericano, sino también ha tenido la capacidad de transformar al rey Midas en un piadoso financista de las economías en vías de desarrollo?

Lo que se observa, probablemente, a más de una abierta contradicción con el ideario socialista y el discurso de barricada, es una suerte de aplicación de la realkpolitik, es decir, mirar a la política desde un punto de vista pragmático, sin ataduras ideológicas ni corsés moralistas. Lo que cuenta en este caso, es el financiamiento en condiciones blandas y sin condicionamientos, sin importar que dichos fondos provengan de una fuente “contaminada” por el capitalismo.

Recordando a Nicolás Maquiavelo, se dirá, quizá, que el fin justifica los medios. Así lo entiende, por ejemplo, Venezuela, quien a pesar de convertirse en uno de los mayores detractores de Estados Unidos y sembrador del antinorteamericanismo en la región, no obstante, provee de combustible al Imperio, inyectándole energía a su economía. A la final, se confirma la sentencia del realismo político, que en materia de relaciones internacionales, advierte que no hay países amigos ni enemigos, sino solamente intereses. Los fundamentalismos ideológicos a la hora de los ‘business’ no tienen cabida.

Esta es una realidad del tamaño de una catedral que seguramente abrió, como platos extendidos, los rasgados ojos del capital chino.