Taurinamente hablando soy aficionado a secas. Cuando no me complico voy, y gustoso, a los toros, cuando no, no. Por otra parte compruebo, con terror, que contra mi afición conspira una creciente fobia a las multitudes, me es difícil soportar los apelotonamientos de cualquier clase. Algo habrá que hacer al respecto, no es una tendencia racional, a lo mejor me pierdo de algo bueno por esta manía de no compartir un espacio con más de mil personas. Bueno, ya que estábamos en Sevilla no podía faltar una canónica visita a la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería. La feria comenzará dentro de unas semanas y solo unos pocos turistas deambulamos contemplando el edificio. Pregunto a un conductor de coches de caballos ¿cuál es la Puerta del Príncipe? “Pue’ la tiene usté delante, tres orejas de infarto para salir por allí”. Ayer deben haberse vivido todos los esplendores de la tragedia en la corrida del Domingo de Resurrección, resaltados por la letal leyenda de los toros de Miura. Este es un mundo donde la tradición es todo.

Los mismos esplendores, miuras incluidos, brillarían ayer en Arles, ciudad de la hermosísima Occitania. Visito esta urbe de manera “voluntariamente obligatoria” (hay que reconocer los aportes que la Revolución hace a la lógica, no sean sufridores). Se nota que hay una afición consistente, que sorprende estando en Francia. Los fuertes adjetivos increíble, asombroso, impresionante y hasta prodigioso, todos los superlativos, le caben a la plaza de las Arenas de Arles, montada al interior de un anfiteatro romano. No hay una conexión históricamente demostrable entre los espectáculos del circo romano y la fiesta de los toros, pero el uso que se hace de este hermoso coliseo, lo convierte en el único que permanece vivo al cabo de dos milenios. La adaptación es respetuosa, reversible y no afecta al disfrute de la estética y la arquitectura del monumento. La historia y la vida se despliegan aquí en armoniosa fusión.

A mitad del camino entre las dos anteriores paso por las Arenas de Barcelona, que está más concurrida y llena de luces... porque se la transformó en un centro comercial. En el ruedo, en el que valientes se jugaron la vida sacrificando toros, se venden bocadillos y lencería. Me cuentan de un aficionado amigo que lloró en este mismo punto. No mucho más allá está la otra plaza de toros de la capital catalana, la Monumental, cerrada a la espera de que le encuentren alguna utilidad. A cuenta de nacionalistas y de rechazar “lo español”, los toros se prohibieron en Cataluña. Pero las Arenas se cerraron hace cuatro décadas, no por imposición política, sino porque la concurrencia no justificaba su existencia, todo parecía indicar que la Monumental podía seguir el mismo camino. El mensaje es aquí para los enemigos de la fiesta, si esta es cruel, anacrónica, antinacional, se acabará en breve, no hay para qué atropellar los gustos, ideas, tradiciones y derechos de otros.