Hay una distinción entre la prudentia, propia del espíritu auténticamente político, y la tibieza, un vicio vinculado a la politiquería de turno. Para la Stoa, la prudencia es una virtud de la que dependen la iustitia, la magnitudo o fortaleza y la temperantia. La prudencia, para el político de raza, es siempre una ciencia de la verdad, es sapientia que prevé lo que ha de suceder en el ágora: sapientia providere, ex quo sapientia est appellata prudentia. Un buen político siempre es consciente de la importancia de la prudencia y actúa estoicamente en función de objetivos concretos. Cosa muy distinta pasa, sin embargo, con la timidez propia de los tibios; de aquellos que el azar o el dinero (dos rostros conocidos de nuestro Jano populista) colocan en una posición de dominio para desempeñar el rol de Abaddon.

Tratándose del chavismo, lo que prima en la izquierda latinoamericana es la tibieza, no la prudencia. Tibios son los gobiernos que miran de costado cuando se trata de condenar la tiranía de Caracas. Tibios son los partidos políticos que prefieren el contubernio con el autoritarismo chavista antes que la condena firme e internacional. Tibios son los líderes de la región que abandonan en la indefensión a los demócratas venezolanos por viejas deudas y simpatías ideológicas. Las deudas de la izquierda latinoamericana son deudas políticas privadas. Los gobiernos nunca deben ser garantes del dinero que el chavismo inoculó en sus aliados ideológicos para acrecentar su zona de influencia.

La tibieza es el signo de la debilidad. La distancia entre la prudencia y la tibieza es la misma que media entre la audacia y la cobardía. De allí que los autoritarismos de poca monta, los mesianismos de papel, de uno y otro signo, terminen sus cabalgatas iluminadas discurseando tibiamente sobre los problemas internos y externos, sin capacidad de implementación, destruyendo la confianza y desbaratando todo intento regenerador. La tibieza política tiene un alto costo electoral. Esto, que escapa a los encuestólogos de coyuntura, se manifiesta a mediano y largo plazo. El pueblo perdona el error de cálculo, la frivolidad demagógica, la duda técnica concreta, pero no la tibieza. La razón es simple: vivimos en una realidad latina que necesita reformas urgentes, una realidad que exige transformaciones profundas y líderes con capacidad de decisión.

La izquierda latinoamericana ha unido su destino al chavismo. Abdicando de su labor de control, posponiendo su compromiso con la democracia, su tibieza en la condena a Caracas los ata al destino de Maduro y compañía. La tibieza es la característica esencial de un movimiento que pidió y obtuvo el favor de Hugo Chávez, los recursos de Hugo Chávez y el apoyo político del socialismo del siglo XXI. Por eso, esta doble moral manifestada en la condena a los despotismos de derecha y en el silencio ante las autocracias de izquierda, se ha transformado, como bien señala María Corina Machado, en un signo claro de complicidad.

Grandes sectores de la izquierda latina necesitan recuperar la audacia democrática y romper con Caracas si es que aspiran a continuar presentándose como los guardianes de los derechos humanos y los custodios del civismo. Permanecer en silencio ante el martirio de la oposición no solo es un signo de molicie y fatuidad. Es algo peor, porque denota el doble discurso que muda en función a quien se tiene en frente. Maduro es indefendible. Y el chavismo, condenable. Hay que combatirlo. El que permanece callado ante la tiranía avala la represión y el asesinato de los opositores. Al fin y al cabo, el que se aferra a la tibieza no merece la libertad.

* Miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España y visiting fellow del Center for Transatlantic Relations de SAIS Johns Hopkins University.