En Venezuela se ha iniciado un diálogo entre el Gobierno y la oposición con miras a superar la violencia y encontrar una solución a la gravísima situación económica; pero ese diálogo crea muy pocas esperanzas de éxito por la debilidad manifiesta del sector de la oposición que ha aceptado el diálogo; la actitud más que olímpica, grosera, de los presidentes de la República y de la Asamblea. Los acuerdos iniciales alcanzados poco prometen: Una Comisión de la Verdad, que por ser una mezcla de Gobierno y oposición a ninguna conclusión esclarecedora de los hechos llegará; una benigna concesión del Gobierno de tratar los casos de los presos políticos “con un poco más de flexibilidad”, y el que la oposición pueda presentar candidatos para llenar las vacantes en los tribunales electorales y de justicia. En esas condiciones, los estudiantes continuarán con su lucha y así lo harán los opositores radicales, como Corina Machado y Leopoldo López.

No hay que olvidar que este diálogo se produce por acción de la Unasur, que permanentemente ha apoyado a Maduro. El presidente del Ecuador acusa a la oposición venezolana de ser la autora de la violencia, con lo cual el Gobierno ecuatoriano se ha autodescalificado para actuar como propiciador del diálogo y del entendimiento. Este factor negativo se suma a otros también negativos para el caso, como el de pertenecer Ecuador y Venezuela a la ALBA; la cercanía de ambos gobiernos con los dictadores Castro que mantienen una posición preponderante en el interior de Venezuela y no están dispuestos a perder su participación en su petróleo; el que en Ecuador y Venezuela se haya destituido a diputados.

Durante esta mediocridad de los diálogos –que hace extrañar a los Rómulos venezolanos: Gallegos y Betancourt–, surge la voz del papa y de sus cardenales:

El papa dice que “en cada diálogo sincero está el reconocimiento del otro”. Y uno no deja de pensar en que no puede haber el reconocimiento del otro mientras se lo mantiene en cadenas, incomunicado; mientras Maduro dice que hay tiempos de justicia y tiempos de perdón, pero que hoy solo se está en tiempos de justicia. Y el presidente de la Asamblea expresa que no sean tan caraduras y no pidan la amnistía. Estos son los gobernantes, al primero de los cuales el presidente de Ecuador calificó de “humanista”. Humanista es una persona versada en las letras clásicas; es el filósofo que basa su doctrina en el hombre, en la situación y en el destino de este en el universo.

El cardenal Urosa dice que es necesaria una Ley de Amnistía; rechaza que se mantenga incomunicados a los alcaldes presos y a Leopoldo López; llama al Gobierno a respetar los derechos de los ciudadanos a manifestar y pide “sanciones para los funcionarios de seguridad y civiles armados que han reprimido y generado violencia en el país”. ¡Qué contraste entre esta actitud del cardenal Urosa y la del Gobierno ecuatoriano al acusar a la oposición de ser la autora de la violencia!

Sí, solamente el papa...