EE. UU.

Al principio, el artículo en el diario Jerusalem Post de la semana pasada parecía lo de siempre: una imagen de un destrozado puesto de las Fuerzas Defensivas de Israel en Cisjordania. Después una cita del ministro de la Defensa, Moshe Yaalon: “El Estado de Israel no tolerará este tipo de actividad criminal, que es terrorismo por donde se vea”. Esos palestinos nunca se rendirán.

Ah, esperen un momento. Yaalon no estaba hablando de terroristas palestinos. Se estaba refiriendo a terroristas judíos, colonos renegados, quienes cortaron neumáticos de un jeep de la Defensa israelí que estaba estacionado en el asentamiento de Yitzhar, luego que soldados israelíes llegaron para demoler edificios ilegales. “Los colonos chocaron con fuerzas de seguridad durante la demolición de la noche del lunes e hirieron levemente a seis oficiales”, informó el Post. “Un grupo de entre 50 y 60 colonos atacaron después un puesto del ejército localizado al oeste del asentamiento, destruyendo generadores, equipamiento militar, calentadores y tanques de combustible diésel”. El ministro de Justicia, Tzipi Livni, advirtió que colonos extremistas habían ido muy lejos: “Ha florecido una ideología que no reconoce el estado de derecho, que no nos reconoce a nosotros o lo que representamos”.

Estas pequeñas historias cuentan una historia mayor: No estamos ya lidiando con el Israel de los abuelos, y ellos tampoco están lidiando ya con el Estados Unidos de la abuela. El tiempo sí importa, y el casi medio siglo transcurrido desde la guerra de 1867 nos ha cambiado a ambos en formas que ninguno quiere reconocer; pero que el último impasse en conversaciones solo pone de relieve.

Desde su lado, Israel se ha convertido en una sociedad más religiosa –los viernes por la noche en Jerusalén difícilmente se ve ahora algún automóvil por las calles en barrios judíos, lo cual solía ocurrir solo en Yom Kippur– y los colonos claramente son más desvergonzados. Muchos colonos en Cisjordania respetan al Estado, pero ahora hay un núcleo creciente que son fanáticos armados, quienes combatirán a las Fuerzas Defensivas de Israel (FDI) si intenta quitarlos. Usted no fue al campamento de verano con estos judíos. Usted no los conoció en su sinagoga reformista de la localidad. Esto es algo más comprometido.

Pero, incluso los colonos más dóciles son más dominantes que nunca en el Partido Likud y en el cuerpo de oficiales del ejército israelí. No es mentira afirmar ahora que el primer ministro del Likud, Bibi Netanyahu, representa el “centro” del bloque conservador de Israel. Y no es un accidente que el ministro de Vivienda de Israel, Uri Ariel, quien viene de un partido a favor de los colonos a la derecha del Likud, aprobara un permiso para 700 hogares en el barrio Gilo de Jerusalén, al otro lado de la Línea Verde, justo al tiempo que las pláticas de paz del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, estaban llegando a un punto crucial. En las palabras del ministro Livni, el principal negociador de Israel: “El ministro Ariel hizo con todo propósito e intención lo que hizo para echar por tierra” las pláticas de paz.

Actualmente hay aproximadamente 350.000 judíos viviendo en Cisjordania. Se necesitaron 50.000 agentes de policía y soldados para remover a 8.000 colonos de Gaza, que resistieron a duras penas. Temo que el impulso en Cisjordania por hacer la paz allá ahora es demasiado pesado para la política y diplomacia convencionales. La única manera de superar la resistencia de los colonos sería a través de un primer ministro, así como una mayoría israelí, que realmente estuvieran emocionados ante las perspectivas por la paz o verdaderamente aterrados por la alternativa.

Sin embargo, no creo que Netanyahu sea algún día otra cosa que ambivalente. Y su ambivalencia se refuerza por muchos factores: Actualmente Israel es mucho más poderoso, económica y militarmente, que los palestinos; fuerzas de seguridad israelíes (y palestinas) han cerrado efectivamente el paso a atacantes suicidas entre los palestinos y el cabildo de Israel en Washington efectivamente ha detenido cualquier presión de la Casa Blanca o el Congreso estadounidense. Israel nunca ha estado tan aislado.

Sin embargo, estos tampoco son los palestinos de tiempos de los abuelos. Está surgiendo una generación joven que, con frecuencia creciente, no tiene fe en las negociaciones de sus padres con los judíos, que no albergan deseo alguno de reconocer a Israel como un “estado judío” y preferirían exigir el derecho al voto en una solución de un solo Estado.

Al mismo tiempo, Estados Unidos ha cambiado. Hubo una época en las décadas del 70 y 80 cuando la fortuna de Oriente Medio era crucial para la economía estadounidense. Después de todo, había ocurrido un embargo petrolero árabe en 1973. Y, estratégicamente, Oriente Medio era visto como el escenario con mayores probabilidades de desatar una guerra nuclear entre EE. UU. y la URSS. Hacer la paz en tiempos de Henry Kissinger era una necesidad. Actualmente es un pasatiempo. No es un pasatiempo carente de importancia: si los israelíes y los palestinos regresaran a la guerra, eso seguramente volvería más inestable una región inestable, creando una profusión de dificultades para Estados Unidos. Pero, ¿urgente? Estados Unidos se convertirá en el mayor productor de petróleo para 2015, en tanto la Unión Soviética ya no existe.

La verdad es que la misión de Kerry es menos un acto de estrategia y más un acto de profunda amistad. Es Estados Unidos intentando salvar a Israel de tendencias que inevitablemente lo socavarán como un estado judío y democrático. Sin embargo, Kerry es el último de una vieja guardia. Aquellos en la administración Obama que piensan que él está en una misión suicida reflejan la nueva actitud de EE.UU. hacia la región. Y aquellos en Israel que lo denuncian por considerarlo una molestia reflejan al nuevo Israel.

En mi opinión, Kerry está haciendo el trabajo del Señor. No obstante, el peso del tiempo y todos los cambios que ha generado en el terreno pudieran simplemente ser demasiado pesados para un acto de amistad como ese. Sin embargo, si él recoge sus cosas para irse, israelíes y palestinos lo lamentarán profundamente, y pronto.

Está surgiendo una generación joven que, con frecuencia creciente, no tiene fe en las negociaciones de sus padres con los judíos, que no albergan deseo alguno de reconocer a Israel como un “estado judío” y preferirían exigir el derecho al voto en una solución de un solo Estado.

© The New York Times 2014.