Conozco la existencia de una Tercera Orden desde pequeño. Mis tíos Parducci Zevallos: Sara, Agar, Adelina, Resfa e Ibrahim fueron terciarios franciscanos. Desarrollaban actividades caritativas y apostólicas con mucho celo, estimaban en alto grado su compromiso y las insignias que los identificaban. Agradezco su buen ejemplo.

Sé que también existen similares órdenes vinculadas a religiosos, como los dominicos.

Desde mi punto de vista y simplificando, a riesgo de equivocarme, las terceras órdenes congregan a fieles católicos decididos a colaborar en la misión específica que desarrollan determinadas comunidades religiosas, colaborando en la evangelización y formación integral del pueblo de Dios y alcanzar sus objetivos apostólicos.

Entre las tareas que muchas de ellas llevan a cabo hay una digna de encomio: la educación, generalmente de la niñez y de la juventud, pero también de adultos y personas mayores.

Me parece que esos institutos religiosos no siempre han podido realizar solamente con su personal su empeño educativo y por eso recurrieron a la colaboración de otras personas, generalmente con vocación apostólica, para completar su nómina de profesores y guías.

En Guayaquil, cuando cursaba la primaria, recuerdo la existencia de escuelas y colegios femeninos de las Madres de la Caridad, de las Hermanas de la Providencia y de las Hijas de María Auxiliadora. Luego conocí los de las Madres de la Asunción, franciscanas, mercedarias, dominicas y otras. Ahora hay varias más.

Algo similar había para los varones, los centros de formación eran regentados por los padres carmelitas y salesianos, así como los hermanos de las escuelas cristianas o de la Salle y más adelante por los jesuitas, claretianos, josefinos y agustinos.

Actualmente también hay otros promovidos por personas vinculadas al Opus Dei y al Movimiento Apostólico de Schoenstatt.

Pues bien: ¿qué tal si antiguos alumnos, hombres y mujeres, de esos centros estudiantiles, sin constituir nuevas organizaciones de exalumnos, sino de manera espontánea, individual o grupalmente, como demostración de afecto y agradecimiento, nos ponemos al servicio de las comunidades responsables de nuestros colegios, para lo que seamos útiles, según sus planes y proyectos?

¿Sería un aporte para su fortalecimiento y dinamismo, en tiempos en que la formación integral, ética y religiosa es cada vez más necesaria?

Podríamos escuchar y tal vez sugerir aquello que se considere pertinente y urgente, para las actuales y nuevas generaciones escolares y colegiales, que pueden ser las de nuestros, hijos, nietos o bisnietos.

A lo mejor se acepta aquello que tenemos pensado y analizado, que consideramos necesario y conveniente, en lugar de solamente lamentarnos y quejarnos de algunos jóvenes de hoy.

¿Nos sentiríamos bien al plantear soluciones factibles y prácticas y, además, de ser posible, contribuir personalmente a su aplicación?

Tal vez la sola presencia y testimonio de vida, en diálogo ameno con los estudiantes, sea suficientemente estimulante y simiente fecunda.

¿Incubaremos otra forma de voluntariado comunicándonos con nuestros antiguos compañeros y, obviamente, con los directivos de nuestros queridos colegios para colaborar como nuevos terciarios del siglo XXI? ¿Sería tan amable en darme su opinión?