Una vez más tenemos que contemplar el dolor y la tragedia que afronta Chile. En los últimos años este hermano país se ha enfrentado con bravura a varias situaciones adversas que nos han mantenido en vilo.

Terremotos, mineros enterrados, protestas estudiantiles; y ahora, un devorador incendio.

Valparaíso es una ciudad vieja, pero hermosa; que conjuga un pasado de gloria militar con el resurgimiento de la sociedad chilena. La mayoría de las edificaciones centrales han sido declaradas patrimonio histórico, por el inmenso valor que representan para la historia chilena y mundial.

Desde esta ciudad se accede a otras igual de importantes, pero sobre todo, se accede estratégicamente al mar. Es una ciudad puerto con instalaciones modernas que sirven de ingreso y salida a miles de embarcaciones de todo tipo.

Lo más sorprendente es que este bosque que la rodea, que es de donde nace el incendio, es hogar de muchas familias que viven en situación de extrema pobreza. Esa parte de los países que nadie quiere publicitar, pero que es la que aflora ante estas catástrofes naturales como la más perjudicada.

Cabe decir que si el incendio hubiera arrasado con hectáreas de bosque, edificios y demás es una tragedia. Pero si además hay seres humanos directamente involucrados en la tragedia la situación se vuelve más angustiante.

Ante el dolor ajeno surgen los héroes y en este caso, la respuesta de la sociedad chilena no ha demorado. Llegan jóvenes voluntarios y donaciones de todas partes para mitigar un poco la tragedia humana y material. Bien por Chile una vez más. Esperamos desde el corazón que no tengamos que seguir presenciando más pérdidas ni dolor en una nación tan cercana como admirable.

Ahora, haciendo un análisis más allá del dolor actual, me surgen varias inquietudes que quiero como siempre, compartir con ustedes.

Una de las cosas que más he admirado ante estas situaciones que han atravesado nuestros hermanos chilenos es la capacidad de respuesta inmediata ante la emergencia. Obviamente, para quien está desesperado la ayuda jamás llegará con la suficiente agilidad que sus necesidades demandan. Pero más allá de aquello, Chile se ha movido con rapidez cada vez que ha sido necesario.

Como guayaquileño, los incendios son parte de mi historia. Cada vez que veo un incendio de estas magnitudes no puedo sino recordar que nuestra amada ciudad se levantó de las cenizas de muchos de ellos, así lo narra la historia.

Mantengo en mi retina las imágenes desgarradoras de los incendios en las bahías en época de fin de año, y de otros recientes episodios que enlutaron a la Perla.

Y eso que actualmente nos preciamos de contar con un Cuerpo de Bomberos de lujo, que nos enorgullece por sus actuaciones seguras y oportunas. Sin embargo, hay mucho que trabajar en materia de prevención, de educación y, sobre todo, de modernización de sistemas de seguridad.

Si la vida de muchos seres humanos depende de que los edificios tengan un correcto sistema contra incendios, por qué sentarnos a esperar que ocurra una tragedia para invertir en algo tan urgente.

Hago votos porque mi país, y sobre todo mi ciudad, trabaje con ahínco y responsabilidad y así estar preparados para afrontar una tragedia de este tipo, y no quedarnos sentados esperando que nos llegue el momento para lamentarnos por la falta de previsión.

Ánimo a las instituciones encargadas de la seguridad en mi ciudad. Fuerza a los hermanos chilenos una vez más.