Voy a intentar una definición coloquial de la calidad de vida en una ciudad que, como Quito, intenta (re)definir a sus referentes y el sentido estratégico –su destino– hacia donde puede dirigirse. Para ello debemos acudir a “datos duros” –coberturas de servicios, por ejemplo– y “percepciones” –como se siente la gente–. Es decir, debemos intentar una definición adecuada de la ciudad acerca de las facilidades/satisfactores que presta a los diversos estratos de habitantes/actividades que aloja, así como apelar a la comprensión de los quiteños sobre sus sensaciones de bienestar y comodidad, y de facilidades para sus redes de actividades.

Los analistas urbanos elementales se refugian en las cifras de infraestructura y servicios para “explicar” y tomar decisiones acerca de una ciudad. Creen que basta con un tropel de obras para lograr el confort de la gente. El intercambio sencillo entre obras y votos dejó de funcionar cuando los vecinos de Quito se han comenzado a interrogar acerca de la estructura urbana, esto es las relaciones entre los factores que hacen a la ciudad. La red de relaciones a la que los quiteños pertenecen entra en el campo subjetivo, es decir, de las sensaciones acerca de la ciudad que pretendemos todos los actores, sean estratos socioeconómicos, género, edad.

En 2008 hicimos una encuesta acerca de la calidad de vida en Quito para luego confrontar sus resultados con los datos duros de la ciudad. La encuesta quería además comparar la ciudad con otras del país y de la región. Lastimosamente, no se progresó en esa línea (no se estimó necesario) y solo quedó un libro Quito, caleidoscopio de percepciones. Ese libro, como la memoria, no son “periódicos de ayer”. Un grupo de ONG ha retomado esa ruta (no necesariamente la integralidad de la encuesta) y se ha planteado un trabajo similar. Recogieron el material de campo al finalizar 2013. Dejaré que ellos digan sus pareceres. Este artículo prepara el diálogo con esas cifras.

¿Qué hay de nuevo en Quito? Lo fundamental, es que ya no es la ciudad de los conservadores, de los pacatos de la historia republicana. Ni los mismos conservadores actuales lo son. Vivir a costa de la amenaza de ese espectro es la mejor forma de no afrontar los cambios que se precisan. Ese viejo conservadurismo ya se descompuso y la ciudad se prepara para diseñar nuevas formas de entrada en la modernidad. Es decir, en el progreso tecnológico con desarrollo humano.

En la base de la modernidad invocada está la necesidad de un diseño adecuado para la competitividad de la ciudad. Esta ciudad que es ya una metrópoli nacional, no solo por su condición de capital (ciudad principal) sino por haberse convertido en una de las nuevas centralidades del país, en la que convergen los factores y redes de relaciones que estructuran a la forma de ser económica de la nación. ¿Qué bienes y servicios produce? ¿Destinados hacia dónde? ¿Con qué consecuencias? ¿Bajo qué condiciones? Pero fundamentalmente los quiteños debemos preguntarnos ¿Qué procesos productivos y qué oferta de servicios incentivar desde las competencias urbanas y regionales para optimizar económicamente a la organización urbana en ruta hacia el desarrollo humano sostenible?

No podemos tapar el sol con un dedo. La ola de crecimiento de Latinoamérica se ralentiza, como dicen los mecánicos acerca de los motores de los autos. Además, una probable variable independiente, es decir que no se controla, es que el Gobierno nacional pueda asignar menos fondos localizados en Quito. Entonces, ante la lentitud que se viene en la economía es preciso encontrar factores contracíclicos, como dicen los economistas, aunque a mi me gusta más el lenguaje de los mecánicos. Que no será exclusiva y reducidamente el gasto público. Porque Quito es una ciudad que ya no vive del gasto público. Estos factores deberán provenir de un renovado pacto urbano con un claro sentido estratégico.

La ciudad, nuestro Quito, requiere de instancias institucionales de concertación público-privadas, en que todos los actores se sientan representados y en la que se pueda canalizar la voluntad ciudadana, complementariamente a otras formas de participación social, especialmente popular. Las élites de una ciudad no son lo que nos han querido vender como las “élites de explotadores”. Son quienes, representando transparentemente a los trabajadores, los empresarios, los intelectuales, la sociedad civil, los artistas, los comunicadores deben sentarse a concretar el pacto urbano. Estas coaliciones territoriales deben estimular las rutas actuales y diseñar nuevas rutas de movilidad social y de redistribución de recursos. Pero, fundamentalmente, deben proponer en base a qué, las diversas redes urbanas –productivas, servicios modernos, culturales, reivindicativas–, empujan todas “en el mismo sentido”, del bien común, del naciente sentido metropolitano y del existente e histórico sentido republicano y nacional.

Quito ya tiene sus propias formas de vínculo con el exterior. Un aeropuerto moderno, recién estrenado pero concebido y ejecutado desde hace más de una década, puertos marítimos cercanos, Manta y Esmeraldas, que la sacan de la mediterraneidad y le acercan al mar, capital financiero y productivo que está presente en todo el país, sin estigmas de ninguna índole, que entre otros factores, nos obligan a preguntarnos sobre el destino de la ciudad en medio del destino del país. Y también del destino de la ciudad directamente con las otras redes de ciudades de América Latina y el mundo. Quito no es ajeno a la globalización y deberá integrarse cada vez más a las redes internacionales de ciudades y metrópolis.

El distrito metropolitano de Quito es una realidad jurídica pero además es una necesidad de la identidad de sus habitantes y administrativa del territorio y sus procesos. Más allá de las definiciones convencionales, se ha estructurado una nueva ocupación espacial de Quito con nuevos límites de dinámicas económicas y residenciales. Por ello, es necesario una fluida relación con la provincia para amortiguar los efectos en el área rural y entender las dinámicas urbano-rurales del futuro del distrito con la provincia y del distrito con las provincias que le rodean, con las cuales debe plantear inequívocas líneas de cooperación.

Para hacerlo, Quito debe reconocer los beneficios y los costos de su crecimiento demográfico. Vana gloria es decir que en pocos años será la ciudad más grande del país. Por ello, un imperativo es “manejar” el crecimiento, especialmente cuando es una ciudad con una “transición demográfica” avanzada. La relación entre la natalidad/poblamiento y el desarrollo económico urbano/regional debe ser celosamente cuidada, justamente, porque lo que se persigue es un alto nivel de calidad de vida para todos.

El bono demográfico, es decir la oferta de fuerza laboral en capacidad de ejercicio activo, es especialmente favorable para Quito, por edad y calificación, en los siguientes años, lo que debe ser eficientemente aprovechado. La capacidad productiva y de emprendimiento de los quiteños deberá entrar en acción. Todos los actores avecindados en Quito, tienen capacidades que tienen que ser desplegadas. Pero todos los quiteños, además, deberemos capacitarnos, una y otra vez, para afrontar estos retos de futuro.

Por ahora citaré solo una ventaja muy importante de la ciudad. Pero que también esconde debilidades. Quito es una sociedad de una sólida conformación mestiza que tiene que profundizar algunas de sus tolerancias y abandonar algunas de sus intolerancias. Es una ciudad sumamente tolerante con la disminución de las brechas de género y de edad. A su vez, la tolerancia étnica de Quito debe profundizarse tanto como debe abandonar algunas de sus agudas intolerancias políticas y de preferencias sexuales.

En las últimas elecciones, Quito se dio varias lecciones, y trató de recuperar varios sentidos que se le habían extraviado. Se había tratado de convertir a Quito en un escenario de polarización, trasplantando tácticas y discursos. Así, en lugar de reconocer una tendencia creciente a la distribución territorial más equitativa de infraestructura y servicios –presente al finalizar el siglo pasado y durante este siglo– se buscó descomponer este factor de cohesión social orientándolo hacia el enfrentamiento del sur de la ciudad contra el norte.

Los resultados electorales muestran que aquella táctica no tuvo éxito. Y que los sectores medios han recuperado capacidad de asociación y alianza con los sectores populares. No en vano los bajos índices de polarización electoral se registran tanto en el sur como en el norte de la ciudad, en las parroquias orientales como en las occidentales.

La afirmación de la capitalidad debe consistir en que Quito, además de acoger a los ecuatorianos y extranjeros que quieran avecindarse y contribuir con los objetivos de la ciudad, debe conformarse como el reservorio moral del país por sus incontrastables niveles de tolerancia a la diversidad en todos los órdenes. Esta es la única forma de abordar el cambio.