El contexto de la educación está cambiando, y lo hace de manera proporcional a la velocidad con que cambian nuestras posibilidades en el mundo. Eso es evidente si entendemos a la educación como una forma de prepararnos para poder desarrollarnos y convivir en el entorno que nos toca.

Han cambiado el aprendiz, el espacio donde se adquiere el conocimiento, el ambiente donde se aplicará el conocimiento y la duración útil de este conocimiento. Eso implica la necesidad de una transformación profunda del proceso y de los actores de la educación.

Esta semana asistí al Taller de la Comisión Ocasional de Educación del Consejo de Educación Superior, donde a través de presentaciones de expertos nacionales e internacionales, el CES abrió el espacio para un primer debate/diálogo con miras a revisar los paradigmas y epistemología de los modelos pedagógicos en educación.

La bienvenida estuvo a cargo de René Ramírez, del CES, y Augusto Espinosa, ministro de Educación, quienes enmarcaron la discusión en el buen vivir como modelo de sociedad para la reforma educativa, planteando dos preguntas: ¿qué tipo de universidades necesita el país? y ¿cómo se están formando los futuros formadores?

Una primera y evidente aproximación al cambio sería abordar los hábitos, usos e implicaciones de las nuevas tecnologías, sin embargo, dejaré eso para un próximo artículo, aquí me enfocaré en una nueva mirada del rol del docente, basado principalmente en la propuesta de uno de los invitados, el Dr. Ángel Pérez Gómez, de la Universidad de Málaga.

La mayoría nos hemos formado con el modelo de escuela de la época industrial, con un currículum enciclopédico y abstracto donde se aprende estudiando, pero no se aprende haciendo.

El conocimiento común, que era limitado y estable, ha sido sustituido por la abundancia, fragmentación y perplejidad. Ahora, ante una información inacabable, se debe promover que el estudiante reproduzca modelos, mapas y esquemas mentales para interpretar la información.

El conocimiento debe ser utilizado de manera disciplinada, crítica y creativa, viviendo y conviviendo en grupos sociales cada vez más complejos y heterogéneos, actuando de forma autónoma y aprendiendo a aprender.

Desde esta perspectiva, el profesor tiene como objetivo acompañar a los estudiantes en el desarrollo del pensamiento complejo, orientándolos hacia la búsqueda de soluciones holísticas para los problemas cotidianos, manejándose en la complejidad y la incertidumbre del mundo que vivimos. Para lograr esto hay que refundar la profesión docente, reivindicando su carácter tutorial, empujándolo a orientar, provocar y estimular al estudiante, promoviendo la intervención política en su entorno, celebrando la diversidad y respetando la discrepancia.

Esto es parte de lo expuesto en el taller, y marca probablemente el inicio del fin de la “Bruja de Ciencias” y todos esos perfiles estereotipados de profesores lejanos y autoritarios.

El desafío que se instala ahora es: ¿cómo podremos los mismos profesores generar una transformación educativa para un mundo que cambia con tanta velocidad y que parece resultarnos cada vez más ajeno y lejano?

Por lo pronto, se celebra el apoyo político de una voluntad para provocar la reforma de reinventar la universidad. Como dice Elizabeth Larrea, del CES: “Los pueblos son lo que son sus sistemas educativos”.