Cada aniversario de la liberación del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau nos sume de nuevo con espanto en el recuerdo de las atrocidades cometidas por el régimen nazi y quienes colaboraron con él.

Ese colapso de los valores que constituyen el fundamento de nuestra humanidad nos sitúa de nuevo ante la fragilidad de la paz y la urgencia de consolidar los pilares de la tolerancia, del respeto de los demás y de los derechos humanos. Esta necesidad se impone en todos los países, ahora y en el futuro.

Auschwitz-Birkenau y su sistema industrializado de exterminio representan una de las cumbres de la destrucción del hombre por el hombre. En nombre de una ideología racista, cuyo eje central fue el odio a los judíos, personas de toda edad y condición fueron asesinadas sistemáticamente a lo largo y ancho de un continente solo por ser judías. A causa de su supuesta inferioridad racial, de sus ideas o de otros motivos, varios millones más fueron perseguidos y asesinados por los nazis y quienes colaboraron con ellos durante la Segunda Guerra Mundial.

El genocidio del pueblo judío fue una aniquilación de personas con la que también se pretendió destruir una herencia cultural europea plurisecular. La Unesco rinde homenaje a esas víctimas sin sepultura, cuyo olvido equivaldría a condenarlas una segunda vez. Y recuerda también a los supervivientes, algunos de los cuales comparten su testimonio en las escuelas.

Cuanto más se aleja de nosotros en el tiempo esta tragedia, y a medida que los supervivientes desaparecen, mayor es la necesidad de enseñar qué significa esta parte de la Historia para el presente. El Holocausto muestra hasta qué extremos puede llevar el odio. Nos recuerda, además, que a la locura de algunos a menudo le siguen la ignorancia y la indiferencia de otros, que, por desconocimiento de la Historia, no aciertan a ver las señales que anuncian la violencia radical. Este riesgo sigue existiendo. Con la negación y la relativización de los crímenes del Holocausto se pretende perpetuar las causas del genocidio y reavivar la violencia. Ante ello, la educación sigue siendo el último baluarte tras el que hacerle frente y es ahí donde cobra todo su sentido el mandato de la Unesco.

El recuerdo debe ser el primer paso en un esfuerzo común por impedir nuevos genocidios y la repetición de cualquier forma de violencia colectiva. Para ello, la Unesco se afana en ayudar a los estados a que integren sus problemáticas complejas en sus prioridades educativas, en ampliar la red de Cátedras Unesco sobre esta cuestión y en prestar apoyo para la elaboración y evaluación de contenidos educativos.

Hago hoy un llamamiento a todos los miembros de la Unesco para que profundicen en el conocimiento de esta parte de la Historia y luchen contra todas las formas de racismo y antisemitismo. La enseñanza del Holocausto es un medio concreto de combatir la intolerancia y los prejuicios en el mundo entero y de apropiarse de una parte de la Historia que nos ilustra sobre nuestra humanidad común.

La Unesco nació al término del Holocausto con la convicción de que una paz verdadera descansa en la comprensión mutua entre los pueblos y las culturas, que se nutre de la educación y el intercambio de conocimientos, todo lo cual apela a lo mejor de nosotros. El Holocausto nos ha mostrado lo peor y el recuerdo de las víctimas debe acompañarnos en nuestra búsqueda de un mundo en el que ya no tengan cabida horrores de esa magnitud.

El Holocausto muestra hasta qué extremos puede llevar el odio. Nos recuerda, además, que a la locura de algunos a menudo le siguen la ignorancia y la indiferencia de otros, que, por desconocimiento de la Historia, no aciertan a ver las señales que anuncian la violencia radical. Este riesgo sigue existiendo.

*Directora general de la Unesco.