Llama la atención que alguien vaya a Cuba a aprender sobre procesos electorales. Resulta irónico ir, con ese fin, al único país de América Latina que no tiene elecciones libres, limpias, universales, pluralistas, competitivas y efectivas. Sin todos y cada uno de esos atributos, las elecciones dejan de ser un instrumento de poder en manos de la ciudadanía. Existen muchos casos en los que se reconoce el derecho a depositar una papeleta en la urna, pero no por ello se convierten automáticamente en procesos democráticos. La participación efectiva –no retórica– del pueblo en la definición del rumbo político es una realidad solamente cuando todas aquellas condiciones preceden o acompañan al acto del sufragio.

A la vez, esas condiciones están enmarcadas en otras que aluden a los aspectos sustanciales del régimen político. Hay elecciones democráticas solamente donde existe un Estado de derecho, con plenas garantías civiles y políticas para todas las personas, donde hay irrestricta libertad de pensamiento y de expresión, donde hay información plural que se canaliza por múltiples medios de comunicación (sin monopolios privados ni estatales), donde la oposición no es perseguida, donde es posible formar organizaciones de cualquier tipo (incluidos partidos o movimientos políticos).

Cuba no es precisamente el lugar apropiado para encontrar esas condiciones. La justificación de la máxima autoridad electoral, que por disposición constitucional es la cabeza de una de las funciones del Estado, fue que Ecuador tiene mucho que aprender para la “construcción de una democracia directa”. Pero, habría que preguntarle si es posible una democracia directa sin todos los elementos mencionados. Sea directa, indirecta, participativa, representativa, o con cualquier adjetivo que se la ponga, la democracia no es tal sin aquel entorno de libertades y derechos. Eso lo sabe cualquier estudiante de primer año de Ciencia Política.

Entonces, ¿cómo entender que Domingo Paredes, que conoce mucho más que un estudiante de ese nivel, haga esa afirmación? La respuesta no está en la formación académica, sino en la ideología. Las expresiones del funcionario electoral demuestran la permanencia de una concepción que nació con la interpretación leninista de la sociedad socialista, fue perfeccionada bajo el terror y la mediocridad del estalinismo, y en la Guerra Fría encontró terreno fértil para difundirse como credo de la izquierda. En sentido contrario a lo que enseñaba la historia, ignorando que los derechos ciudadanos (incluido el sufragio universal) son una realidad gracias a las luchas sociales, esa izquierda los condenó por su carácter burgués. Con eso le regaló a la derecha las más preciadas conquistas de su accionar.

Después de las tenebrosas experiencias de las dictaduras de los años setenta, algunas izquierdas latinoamericanas se reencontraron con su esencia histórica. Asumieron y valoraron la democracia como algo que les pertenecía desde siempre y no como un instrumento útil para alcanzar el poder y luego cambiarla por un modelo diferente. Las declaraciones del funcionario electoral, que reivindican elecciones sin democracia, pertenecen a una izquierda anacrónica, que niega lo más rico de su pasado. Es preocupante que esta sea la visión predominante en la izquierda gubernamental.