En su última novela, Marcelo Chiriboga hace un cambio radical en su temática al sumergirse en el mundo de la política. Sensibilizado por los tiempos o quizás por puros cálculos publicitarios y editoriales, el prolífico autor que está considerado como el único ecuatoriano que formó parte del boom latinoamericano, se desplaza desde los conflictos internos de sus seres individuales e individualistas a un borroso personaje colectivo. En efecto, quien habla en la novela, cuyo título deberán buscarlo los interesados como un ejercicio de desafío literario, es alguien indeterminado conocido solamente como Somosuno. Este habla siempre en primera persona, pero en la del plural, en un nosotros que le pone al lector a decidir si se trata de una persona o de muchas, de un individuo o de un grupo. Como han dicho algunos críticos, es un nosotros que no corresponde exactamente al que usan los reyes (el yo mayestático), sino un nosotros que deja en la indeterminación al sujeto. El lector puede tener dificultades al principio porque no sabe si Somosuno es un conjunto de gente, como sugiere el “somos” al comienzo de su nombre, o es un individuo, como se desprendería del “uno” que lo complementa. Con el avance de la lectura va quedando claro que se trata de un grupo grande, muy grande, que integra a casi todos los habitantes de Inusay, el país imaginario en que sucede toda la trama.

Los lectores que se dejan llevar por el racionalismo tendrán problemas al tratar de entender cómo es que esa primera persona del plural constituida por todos (o casi todos) los habitantes de Inusay puede pensar de una sola manera y tener siempre las mismas ideas. A ellos hay que advertirles, en primer lugar, que es obvio que estamos ante el renacer del realismo mágico, pero esta vez sin mariposas amarillas ni rabitos de chancho, sino con personas de carne y hueso en situaciones muy similares a las que vive cada uno de nosotros en la vida cotidiana. En segundo lugar, la clave de la novela se encuentra en el único personaje que está fuera del grupo pero que, por esa misma razón, va marcando todo lo que ellos deben decir. Se llama Unosolo y es quien determina lo que los felices habitantes de Inusay deben pensar y repetir. Sobre todo repetir y repetir, porque pensar es un decir. En una de las construcciones literarias más asombrosas de los últimos años, el autor llena páginas y páginas con una misma frase de Unosolo que va siendo apropiada por Somosuno. El relato se cierra con la canción “todas las voces una”, coreada por el conjunto, en clara alusión al equívoco de “todas las voces, todas” que cantaron en uno de los capítulos iniciales.

Llama la atención el episodio referido a la transformación que se va operando en Somosuno por la decisión de Unosolo de cambiar de política a causa del hipócrita mundo exterior. El lector se involucra en la tensión que vive Somosuno hasta terminar siendo parte de este. Y pensando como él.