El retiro del presidente de la propuesta de no explotar los campos petroleros del nororiente conocidos como ITT, ubicados dentro del Yasuní, desató una aguda polémica. La mayoría de las voces favorecen la intangibilidad del parque nacional.

En esto coinciden ecologistas radicales con economistas partidarios de la libre empresa.

Los ecologistas miran el larguísimo plazo y señalan que dentro de digamos 50 años, el petróleo se habrá sacado, gastado y olvidado sin dejar ningún rastro trascendente, pero el Yasuní se habrá alterado irremediablemente. A lo cual añaden que una organización socioeconómica armónica con la naturaleza y no consumista de hidrocarburos (los televisores requieren electricidad, los carros, gasolina) es más apropiada al buen vivir. Que los países que explotan recursos naturales tienden a desatender otras actividades, y su contribución neta a la economía es poco o nada.

Los partidarios de la libre empresa observan que las economías dependientes en recursos naturales engendran gobiernos obesos, con todas las distorsiones que eso implica para una economía de mercado. Las exportaciones de los recursos naturales traen divisas que fortalecen la moneda nacional artificialmente, restando competitividad a otras exportaciones. Sin ITT, el Estado debe achicarse, mejorar el clima empresarial.

Son argumentos de peso. Pero hay otros que me llevan a inclinar por la explotación del ITT.

Hoy, el gobierno incorpora a la producción petrolera los últimos campos convencionales aún sin explotar. Contrata el desarrollo exhaustivo de los grandes yacimientos descubiertos en los setenta. Todo esto permite estabilizar e incluso aumentar ligeramente la producción petrolera este año y el próximo. Pero los técnicos gubernamentales estiman que la producción caerá sostenidamente en la segunda mitad de la década.

Ni durante este gobierno ni los inmediatos anteriores el país ha descubierto nuevos campos petroleros. La reciente Ronda Suroriente no logró ninguna propuesta.

Sin nuevos campos petroleros y con una producción declinante, caerán los ingresos fiscales y las exportaciones, amenazando la estabilidad económica. El presidente estima que a este paso habría una crisis a fines de la década.

Para que un pueblo prospere, se necesita estabilidad. Los ingresos petroleros y la dolarización la han dado, y en la última década ha surgido una clase media de ingresos estables que adquirió vivienda y vehículo, aunque en muchos casos hoy los deben. Una desestabilización como la de fines del siglo veinte, nos haría perder lo ganado con tanto sacrificio.

La mejor herramienta hoy para afianzar la economía es la explotación de las dos áreas con grandes reservas no tradicionales, ITT y Pungurayacu, cuya producción compensaría, con creces, la declinación de los campos tradicionales.

La explotación deberá ser con técnicas de punta y una sensibilidad ambiental que no existía hace 45 años, cuando montamos la infraestructura para explotar el nororiente y promovimos la colonización.

De no explotarse estas reservas y suframos una crisis, el gobierno que surja de ella anunciará que la recuperación pasa por la explotación del ITT. Tal como la crisis de 1999 permitió a Gustavo Noboa autorizar la construcción del OCP, que la oposición ambientalista había paralizado.

Seamos realistas. No podemos darnos el lujo de dejar bajo tierra el petróleo del ITT.