Soy padre de familia, como muchos de mis lectores. Al igual que ustedes a veces me pongo a pensar cómo será el ambiente en el que deban vivir mis hijos en el futuro.

Mis hijos tuvieron la suerte de nacer en una época en que no existía la esclavitud, al menos no en apariencia. Ellos debían ser remunerados si decidían trabajar; pero si decidían ser empresarios y generar trabajo para otros, tenían derecho a reglas claras de juego en cuanto a los costos de instalar una empresa, los riesgos que asumirían al hacerlo y las obligaciones que debían cumplir para con sus empleados.

Mis hijos tuvieron la suerte de nacer en un país en el que podían elegir y ser elegidos. No necesitaban estar con la mayoría para poder expresar lo que pensaban; ni permiso de nadie para ver su programa favorito en la tele.

Ellos nacieron en un país con diferencias sociales y desigualdades. ¿Hay acaso algún país que no las tenga? Pese a que esas diferencias eran dolorosas, nunca nos sentimos culpables de que existan, porque jamás hicimos nada para ahondarlas.

Recuerdo también que en esa época, el hecho de nacer en el seno de una familia que podía brindarles buena educación no era pecado; por el contrario, era un hermoso privilegio. Cuando ellos nacieron, sus padres escogimos libremente un colegio según nuestra creencia. En el colegio había un bar que vendía de todo. Trataban de ofrecerles alimentos nutritivos, pero sí conseguían por ahí alguna golosina; eso era cosa de niños, que no ofendía a nadie.

No supe jamás que hayan recibido apodos ni agravios por vivir en una casa propia, ni porque su casa haya estado ubicada en algún barrio agradable. Los sectores para vivir eran solo eso, sectores. No clasificaban a la gente, ni la convertían en buena o mala.

Si me alcanzaba el presupuesto, ellos aprovechaban y me hacían que les comprara ropa y zapatos que estaban de moda. Las tiendas traían cosas de todas partes del mundo sin restricciones y el consumidor elegía lo que le gustaba. Los precios eran un poco más altos que los nacionales, pero siempre pagables. También recuerdo que cuando mi hijo mayor cumplió cierta edad, tuve la suerte de poder regalarle un teléfono celular, se lo traje de un viaje para que me saliera más barato.

Debo decir además que la niñera que ha cuidado a todos mis hijos es una mujer maravillosa, dulce y servicial. Nunca llevó cuentas de las horas extras que nos regalaba con una sonrisa cuando alguno se enfermaba; por lo cual, con inmenso cariño, nosotros tampoco llevamos cuentas de los permisos, préstamos y ayudas que le hemos dado durante tantos años. Ella es y siempre ha sido parte de nuestra familia, aunque no lo hubieran dicho el IESS ni la ley.

Mis hijos han tenido suerte en su infancia, pero me preocupa que en su futuro muchas de las cosas que hicieron hermosa su vida se vayan desvaneciendo por decisiones de terceros. El país de mis hijos, el que los vio nacer, parece cambiar de rumbo. No sé si ellos quieran quedarse a ver cómo les cambian su Ecuador. No sé si yo viva para verlo. Sí sé que me apena lo que veo.