Por lo menos en recorrer las calles de la urbe ambateña, Manuel Seis, de 61 años, considera que será el último ponchero artesanal en hacerlo, porque aseguró que otras personas que se dedicaban a esta labor ahora se encuentran con actividades diferentes y que los de mayor edad ya se murieron.

Recordó que hace más de 40 años se dedica a elaborar el ponche y a recorrer las calles para venderlo, que inició en la Asociación de Ponches Magolita de Quito, pero luego decidió trasladarse a Ambato, en donde fijó su residencia en forma definitiva ya hace tres décadas.

Manifestó que el ponche se hace con cinco huevos licuados, azúcar y cinco cervezas que antes de mezclar lo entibia, luego coloca todos los ingredientes en un pequeño tanque de acero galvanizado para batirlo por alrededor de 10 minutos.

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“Con esto logro que el ponche se vuelva espumoso y suba por la llave que hay en el tanque para proceder a vender, se lo hace en funditas de $ 0,25 y en vasos de $ 0,50, pero ahora mis clientes son más las personas adultas, pocos son jóvenes”.

Contó que antes era muy tradicional la venta del ponche artesanal, que recorría las escuelas en donde los estudiantes consumían mucho, pero que ahora son pocos los niños que conocen. “Cuando recién comencé se vendía a cuatro reales de sucre la fundita”, asegura.

Seis dijo que antes sus hijos también vendían el ponche, pero por la baja demanda se dedicaron a vender granizados, “que es más rentable”.

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Irina Quinteros aseguró que desde cuando era niña le gustó consumir el ponche, que ahora en donde le encuentra a Manuel Seis lo consume o que él va a su lugar de trabajo. (I)