Con el llamado a un referendo de autodeterminación por parte de los independentistas catalanes, España vivirá hoy el momento más complicado de su historia reciente, desde que en 1978 aprobara la Constitución como culminación del proceso de transición democrática.

Nadie se atreve a vaticinar qué puede ocurrir hoy y, peor aún, en los días sucesivos. Lo único cierto es que el Gobierno de Cataluña llamó a un referendo que está suspendido por el Tribunal Constitucional (TC) y que, según el Gobierno central, no se realizará porque va en contra de su carta magna, que dice que la soberanía de España radica en el pueblo español.

Las fuerzas del orden deben vigilar los puntos electorales, pero el Gobierno de Cataluña se ha instalado en la desobediencia. “No tengo ningún tipo de duda de que votaremos, porque la mayoría de la población quiere hacerlo”, dice el historiador catalán Jordi Creus.

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El periodista Raúl García, del diario catalán El Punt Aviu, asegura que si la gente no puede votar o lo hace en condiciones precarias, “será por el uso de medidas coercitivas del Estado español, incluido el uso de la Policía”.

Creus recuerda que, en los últimos años, las autoridades catalanas llevaron a Madrid 18 propuestas para realizar un referendo pactado con el Estado, obteniendo siempre resultados negativos. “Pase lo que pase, el 2 de octubre Cataluña estará un poco más lejos de esta España que investiga alcaldes, que detiene a servidores públicos, que amenaza a medios de comunicación, que clausura webs y que persigue urnas y papeletas”.

2010, el año clave

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El independentismo inició el camino hacia la autodeterminación en 2010, que fue el año en que el TC, a instancias del Partido Popular, cercenó parte del Estatuto de Autonomía de Cataluña que había sido votado por el Parlamento y aprobado en las urnas por los catalanes.

“Desde entonces, durante siete años consecutivos, Cataluña ha vivido las movilizaciones más importantes de la historia de Europa”, apunta Creus, en referencia a las manifestaciones realizadas cada 11 de septiembre, que es la fiesta nacional de Cataluña.

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La decisión del TC, según García, fue una humillación, a la que se ha sumado “la falta de inversiones del Estado en Cataluña, que se ha hecho más evidente en medio de la crisis económica y la emergencia de la sociedad civil”.

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Pero, ¿qué ganaría Cataluña con la independencia? Según Creus, lo mismo que ganaron Ecuador o Argentina cuando se independizaron del imperio español: “un Estado propio”.

García estima que la ganancia económica para Cataluña sería obvia. “El déficit fiscal respecto a España oscila entre $ 11,7 mil millones que reconoce el Gobierno español y $ 17,8 mil millones de otros cálculos. La independencia permitiría, además, (...) crear un nuevo país sin las rémoras del modelo monárquico español”.

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No todos apoyan al referendo que ya ahonda las divisiones entre los propios catalanes.

Belén Giner, una barcelonesa que vivió en Ecuador en el 2001, no irá a votar porque está en contra del modo en que los independentistas aprobaron el referéndum. “Estoy a favor de un referendo pactado con el Estado, pero no de la manera en que se está haciendo”. Dice que por esta causa existe una confrontación social “como nunca se ha visto” en Cataluña, “con gente insultándose por la calle”.“Los políticos han permitido llegar a esta situación de crispación tan grande”.

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En Barcelona, miles de personas pidieron ayer la unidad de España. Manifestaciones similares se dieron en Madrid, Sevilla, Valencia o Galicia.

García reconoció que una hipotética independencia generará incertidumbres en los primeros años. (I)

Independentista

Uno de los impulsores de la independencia es hijo de una ecuatoriana. Se trata de Joaquim Forn Chiariello (catalanizado), el conseller de Interior del Gobierno de Cataluña, quien es investigado por la Fiscalía española por estar entre quienes firmaron el decreto de llamado a la consulta. Según sitios web, parte de la familia materna de Forn reside en Quito. Él ha dicho públicamente que su madre es de origen ecuatoriano y una persona favorable al separatismo.