Cuando era niño veía como su abuelo arreglaba los autos y camiones que llegaban a Santa Rosa, en la provincia de El Oro, en un pequeño taller que tenían en casa. Su curiosidad e interés eran motivados por sus padres y tíos que le regalaban herramientas para que practicara cómo apretar las tuercas de sus juguetes.

Cuando llegó su adolescencia lo tenía claro, quería ser mecánico y trabajar con metal, dice Galo Paredes Ollague, quien actualmente tiene 76 años.

Al culminar sus estudios secundarios decidió trabajar y aprender de forma correcta el oficio, luego de un tiempo quiso independizarse laboralmente y con sus ahorros logró comprar un terreno donde levantó su taller. “Mis padres eran muy pobres, por lo que yo no tenía los recursos para tener un gran local. Logré comprar un pedazo de tierra aquí (av. Bolívar y Carrión Pinzano) hace 48 años. Al principio era pequeño, pero no me quejo, me fue bien y logré, después de diez años, ampliar mi taller... semana buena que tenía compraba una herramienta”, indica.

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Pero el ingenio de este artesano del acero no solo se limita a la mecánica. “Yo inventaba cosas desde pequeño. Mi tía gustaba de las uvas importadas y esas venían en cajas de metal, ella me las regalaba y las transformaba en repisas con pequeñas piezas que encontraba por allí. Ahora hago de todo, construyo piñones para volquetas o camiones, licuadoras industriales, molinos para elaborar masa de banano, mesas para levantar pesos, decoraciones en metal, ayudo a los chicos con sus trabajos del colegio”, sostiene.

Daniel Espinoza, de 24 años, conoce a Paredes y afirma que toda su familia siempre trabaja con él debido a su profesionalismo. “Don Galo ha ayudado a mi abuelo, a mi papá y a mí, es decir, a tres generaciones de mi familia. Actualmente me ayudó a fabricar una máquina para extraer la fibra del raquis (tallo que sostiene el fruto de la planta de banano) y ponerla en el hormigón, sus consejos fueron fundamentales. Con esto logré ser finalista en un concurso internacional ambiental y espero ganarlo”, dice.

Paredes asegura que el negocio, aunque le permite vivir de manera tranquila, ha empeorado con el tiempo. “Tuve once trabajadores, ahora solo tengo dos, la entrada de aparatos chinos nos quitó mercado”.

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“Don Pachón”, como le dicen de cariño, nació por “accidente” en Ambato, Tungurahua, pero toda su vida ha vivido en El Oro. “Mi mamá se fue de vacaciones a ese punto de la Sierra en 1941, pero se desató la guerra (con Perú) y por el susto me parió allá”, dice.

Sobre el mote que le pusieron sus amigos, señala que “así se llama un gusano que tiene pelos en todo el cuerpo y si lo tocas te pone muy mal, te enferma, así le decían a mi padre porque a cada mujer que tocaba le daba fiebre, entonces lo heredé, no me molesta la verdad, de hecho me recuerda con cariño a mi papá”.(I)