Todavía atiende en nuestra ciudad uno que otro depósito de carbón, que surte de tan importante producto a las familias que se embarcan en la tarea de preparar algún plato especial, por ejemplo, carne en palito, ‘pincho’ o parrillada, destinado al agasajo de sus miembros y allegados, o para ayudar a salir del apuro a quienes de repente se les dañó la cocina eléctrica, el horno o se les terminó el gas.

Antaño, cuando el uso de las cocinas de kerosene, gas y eléctricas no estaban obligatoriamente en el inventario hogareño, tanto el fogón como el carbón tenían un sitio de privilegio en las casas de la gente pobre o pudiente. Y, por supuesto, el carbonero y el dueño de cualquier local de venta de carbón que funcionaba en el vecindario se convertían en amigo o aliado de las amas de casa o de la chiquillada que acudían en pos del primordial elemento.

Por lo general, cada barrio tenía su carbonería cercana y hacia allá corrían los muchachos cuando el carbón comprado para el uso diario se agotaba de un momento a otro y aún faltaban elaborar los potajes programados para la fecha, peor si la abuela o madre habían puesto a hervir la pata de vaca para el sustancioso caldo, el mondongo ‘calludo’ para complementar la sabrosa guatita o el fréjol seco para el menestrón y estos no se ablandaban por nada.

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Al igual que la piedra de moler, el rallo, el filtro, el molino manual y otros adminículos de tipo artesanal tuvieron que darle paso a los modernos y novedosos aparatos y utensilios de cocina, el vendedor de carbón en carretilla y el dueño de los depósitos del producto se han marchado poco a poco y de ellos quedarían solo recuerdos de no ser por lo que se observa en sectores periféricos o densamente poblados de la urbe.

Las carbonerías actuales ya no amontonan las decenas de sacos en sus predios y la costumbre de despachar el producto con la ayuda de un pequeño plato o platillo igualmente ha cambiado; en la actualidad lo venden en fundas plásticas. La carretilla y el carbonero que tocaba la campana para anunciar su llegada son casi un recuerdo... (I)