Cuando muere el día, las cálidas luces de las lámparas del parque Central de la parroquia La Merced, en Quito, se encienden y, al mismo tiempo, el cielo se tiñe de azul pastel.

La iglesia también se ilumina y las montañas circundantes de este valle se cobijan con el manto de la noche y es ahí cuando la magia del teatro se materializa.

Varias figuras humanas envueltas en ropas oscuras, integrantes de Contraelviento Teatro, se apoderan de la calle y del parque de la parroquia.

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El sonido de los motores de los autos y el ladrido de los perros se funden con la melodía de un acordeón, un bombo y las voces de Verónica, Rodyka, María Belén, Daniele, José y Cleiton.

La gente sigue de cerca la función, porque esta vez el teatro ha dejado el confort de la sala y ha salido a la calle para unirse a la gente.

El elenco ingresa al parque y de cuando en cuando se detiene a presentar su performance como si se tratara de estaciones de Viernes Santo; el público aplaude visiblemente emocionado.

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“Esta obra intenta abrazar a todas las personas que ahora mismo en el mundo están abandonando su tierra, están dejando lo que les pertenece para, después de una travesía enorme, encontrarse con muros y alambradas, personas que huyen de la guerra, que huyen del hambre o tal vez huyen de sí mismos”, dice Patricio Vallejo Aristizábal, director de Contraelviento Teatro.

Verónica Falconí, integrante de la obra, dice que “existen otros muros que son cotidianos como la intolerancia, pero el más enorme es el machismo”.

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La marcha avanza entre cantos, risas, gestos y gemidos, pasan frente a la iglesia, entre los arbustos que adornan el parque y entre la gente que, a veces, parece formar parte de la obra.

Susana Reyes, reconocida maestra de danza, estuvo entre el público. “Siento una fuerte presencia del teatro antropológico, que realmente es una de las corrientes que ha aportado enormemente, no solamente al teatro, sino a la danza”, sostuvo.

El grupo empieza a dejar la calle y al entrar a la sala se estrella con unos muros negros y una alambrada de cinco hilos, donde experimentan un calvario, semejante al que sufren los migrantes que ven desvanecerse sus sueños en medio de cárceles fuera de su patria.

Ahí, detrás del alambre de púas, tiemblan de miedo cuando deambula burlón el policía abusivo que representa la autoridad. “Estamos haciendo una obra que cumple una función política, crítica y artística aquí en Ecuador...”, dice Cleiton Pereira, director de Contadores de Mentira de Brasil, quien además destaca la importancia de encontrarse con las personas, sobre todo con las que no tienen la costumbre de ir al teatro.

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“Penosamente, el teatro está quedándose cada vez más pequeñito, porque la industria del entretenimiento lo acapara todo, entre el fútbol, los conciertos, el cine y las telenovelas”, según Vallejo. (I)