Parecería que la tranquilidad con la que habla alcanza al ritmo que imprime en su gobierno, que ya cumplió un mes.

Es un ritmo que marca un compás diferente al que su antecesor Rafael Correa llevó durante diez años, según reflejan sus primeras acciones.

El presidente Lenín Moreno se distancia, con hechos, del estilo que Correa sentó entre el 2007 y 2017, pero para algunos expertos es temprano para definir su carácter.

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Una sonrisa entre tímida y afable acompaña sus palabras cuando se dirige a un público, sentado desde una silla de ruedas.

Moreno, parapléjico desde hace 19 años producto de un asalto, tiene menos exposición y contacto físico con sus simpatizantes que su antecesor.

Cuando cumple alguna actividad fuera de Carondelet –ha tenido ocho en un mes–, el carro que lo traslada se estaciona dentro de una carpa para que su descenso no sea público.

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Si las facilidades lo permiten, como ocurrió en una noche cultural y una entrega de casas, Moreno responde a estrechones de mano, abrazos y pedidos de fotografías. Si no, aparece inmediatamente en tarima.

Él había advertido, cuando asumió el pasado 24 de mayo, que los ecuatorianos lo verían menos que a Correa, y ha cumplido su oferta con una menor presencia en territorio y extinguiendo los enlaces sabatinos que este institucionalizó.

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En su primer mes de labores se ha desplazado a tres ciudades: Babahoyo, Manta y Guayaquil; y reemplazó las sabatinas, que llegaron a durar hasta cuatro horas, por unos programas informativos de 15 minutos.

Los enlaces fueron transmitidos, por lo general en vivo, desde distintas ciudades del país. Los actuales espacios son pregrabados, salen al aire los lunes en la noche, y Moreno no los conduce.

En su investidura ofreció mantener informada a la ciudadanía a través de estos programas y los medios. Hasta ahora ha participado en dos ‘conversatorios’ con periodistas y no ha concedido entrevistas particulares.

Moreno impulsa una agenda que, si bien tiene menos exposición mediática, se diferencia cada vez más de la que su antecesor llevó, en lo que respecta a ciertas políticas.

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El primer día de su gestión expidió varios decretos que revirtieron medidas adoptadas por Correa: eliminó los ministerios coordinadores y la Secretaría del Buen Vivir, terminó un plan sobre planificación familiar, y asignó al vicepresidente Jorge Glas responsabilidades ajenas a los sectores estratégicos (como el petrolero).

Asimismo, vía decreto, ha indultado a cinco dirigentes indígenas en momentos en que ese sector pedía el ‘perdón’ para varios supuestos ‘perseguidos’.

Desde su posesión, Moreno ha intentado restablecer los lazos que Correa cortó con sectores críticos a su gobierno, como los indígenas, militares, policías y ciertos políticos.

A los uniformados les ofreció poner su vida bajo la custodia de ellos, contrario a la postura del expresidente de confiarla a un cuerpo civil. Y ha mantenido diálogos con alcaldes de oposición, como el de Guayaquil (Jaime Nebot) y el de Quito (Mauricio Rodas), con la ‘promesa’ de trabajar en conjunto.

Dos analistas coinciden que estos hechos reflejan un estilo distinto de “hacer política”, pero no son suficientes para concluir que la gestión de Moreno será diferente a la de Correa.

Santiago Basabe, investigador universitario, observa “señales” tendientes a una “mayor apertura” en el plano político.

“Pero en el plano económico hay distorsiones (por la presencia de ciertos ministros) y pocas decisiones. Lo político debe ir acompañado con decisiones económicas urgentes”, afirma.

Oswaldo Moreno, consultor político, observa que el jefe de Estado busca marcar “su impronta” para “legitimarse en el ejercicio del poder” porque Correa dejó un “sistema hiperpresidencialista (en el país)”. (I)