Cuando Maribel miraba a sus hijos, su mente volvía al pasado. Los niños jugaban en el portal de su casa mientras ella regresaba a su infancia y se estremecía al recordar que a los 13 años fue violada por su cuñado. “Yo gritaba, forcejeaba en lo pequeña que estaba, pero él le subió el volumen al televisor. Nadie escuchó”.

Delgada y menuda, de piel blanca y cabello claro, confiada y serena. Maribel tiene ahora 47 años y, aunque dice que pudo superar el trauma, no lo olvida, y tampoco perdona. Con detalles cuenta que después de abusar sexualmente de ella, su cuñado la amenazó con matar a su mamá y a su hermana, la tomó de la mano y la llevó hasta una casa vecina, en donde Maribel se desmayó en su propia sangre.

“Perdí la conciencia y me llevaron al hospital, estuve un mes internada, porque los médicos me operaron, según me contaron luego, me hicieron una reconstrucción”, relata incómoda, pero convencida de que contar su historia puede ayudar a muchos padres a identificar los riesgos de abuso sexual a menores por parte de familiares.

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Pero, principalmente, añade, a que los padres no actúen como lo hicieron los suyos, quienes le perdonaron al agresor el delito que cometió.

“Yo recuerdo todo, mi cuñado volvió a entrar a mi casa porque mi hermana y mi mamá lo perdonaron. Tenía tanta rabia de ver que mis padres no hicieron nada para castigar lo”, dice Maribel.

Las terapias de psicólogos que recibió en el hospital, donde le pedían que dibujara personas o paisajes y que jugara con legos, no surtieron efecto en Maribel, porque regresaba a casa y en las reuniones familiares volvía a ver a su cuñado sonriente junto a su hermana. “Me asustaba de verlo, trataba de no estar cuando él estaba. Me enojaba con mi mamá, me daba miedo, porque pensaba que me volvería a hacer lo mismo”, dice.

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Su recuperación emocional tardó más por tener que compartir el mismo espacio con su agresor. “En casa trataban de evitar el tema, me llevaban de paseo, me compraban cuentos, a ratos olvidaba. Quizás hubiera sido más rápido superarlo si no lo hubiera vuelto a ver, pero él seguía con mi hermana”, cuenta Maribel.

“Esa persona me hizo eso y está tan campante, podía intentarlo de nuevo”, temía. “Ya nunca más estuve a solas con él, y no permitía que mi mamá llevara a mi hija a la casa de mi hermana, me daba miedo que mi cuñado le hiciera lo mismo”.

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En la adolescencia, se acentuó su desconfianza hacia los hombres. No quería que se le acercaran, menos que la tocaran. “Fue difícil”, asegura y recuerda que a los 23 años conoció a quien más tarde se convirtió en su esposo, y fue entonces que superó gran parte del temor. “Él me tuvo mucha paciencia, porque yo sentía mucho rechazo. Cuando estábamos en la intimidad se me venían los recuerdos, yo ponía muchas barreras”, reconoce Maribel, madre de dos hijos, hoy mayores de edad, a quienes no les ha contado lo que le sucedió por consideración con su hermana, quien hace unos años se separó del agresor, con quien tuvo dos hijos.

Viuda y abuela de un bebé al que adora, Maribel aconseja a otras víctimas seguir las terapias, buscar apoyo en familiares y que no confíen en nadie. “Este es un trauma muy duro de superar”. (I)